domingo, 9 de diciembre de 2012

CRISIS Y LITERATURA


por Jorge Quiroga


La idea de Crisis sirvió para pensar el sentido de nuestra literatura. En sus diversas variantes fue entendida como ruptura, corte, situación de peligro y, a la vez, como posible advenimiento de nuevas significaciones, de formas que debían ser pensadas en lo múltiple, en una especie de nudo, donde se reunirían ciertas contradicciones y asechanzas, aquellas que ayudarían a darle especial sentido a tal o cual situación.

En principio se puede afirmar que la crisis del 60-70 fue de carácter general, sobre todo socioeconómico. Esa temática fue central y constituyó una particular clave, abarcativa y sinuosa, con la que los hombres de esas décadas intentaron explicar el momento que se vivía. La tarea y el debate en torno a aquellos años no están sino en proceso y sólo disponemos de versiones. La historia de ese período nos llega de una manera mítica y las verdades que allí se expresan suenan como dichas por voces apagadas, que no permiten reconstruir el relato de lo ocurrido. Parece que necesitáramos realizar un esfuerzo colectivo de elaboración, el que paradojalmente nunca llega a cumplirse del todo, como si hiciera falta referirse constantemente a ese fragmento de tiempo, pero sin llegar a una comprensión definitiva.

Quizás esto sea así porque no puede pensarse esa época sino como 'algo ya historizado, cuya significación es un problema difícil de relacionar respecto a las circunstancias actuales. Es preciso ubicar los hechos en su contexto, el que se da en una atmósfera política cercana en la Historia y lejana en la vida de cada uno, sobre todo si se fue contemporáneo de los acontecimientos críticos que se sucedieron y que es difícil no ver con perplejidad. El tiempo recubrió esos hechos, de tal manera que es preciso pensarlos, como si estuvieran constituidos por imágenes perdidas o imposibles.

La continua apelación a las crisis es un rasgo que persiste en nuestros días, a veces encubriendo sólo justificaciones. Lo que ocurre, es que en verdad esta idea ha servido como criterio de explicación acerca de lo moderno. Permite ubicar tanto a las rupturas como a las que no lo son y quizás es difícil alejarse, por lo extensivo de su alcance, de la fascinación y el empuje que contiene.

A veces su utilización fue meramente provisoria, política se podría decir, y tanto ambigua como amplia. En ese sentido fue repetidamente usada para tratar de entender demasiadas cosas. Pero lo que se puede argumentar en su defensa es que, aplicada con rigor obliga a pensar en una determinada dirección y con intensa profundidad. Por eso, cuando la crisis pone en consideración la problemática de ciertas señales socio-políticas emergentes lleva implícito el análisis de modalidades, en las que se configuran preguntas y respuestas sociales, que fueron tal vez incubadas en el proceso anterior, pero que toman expresiones concretas en el marco social.

Hay evidentemente en una situación de crisis caminos que convergen y entrecruzamientos. Lo que ocurre es que cuando se da una determinada presencia de la crisis las ideas suelen ponerse entre paréntesis y una primera aproximación es tratar de ponderar si se trata de una crisis nueva o es el inicio de una crisis estructural de largo alcance. Además, para el caso de nuestro país, la recurrencia, el carácter cíclico de las crisis, se constituye en un elemento importante que no es posible soslayar.

En las décadas de 1960-1970 la crisis era percibida como muy grave y con características terminales, esto fue visto así, sobre todo, por los que cuestionaban gobiernos que se sucedían y que estaban basados en variantes de dictaduras militares o regímenes civiles de escasa representatividad, que accedían al gobierno mediante la proscripción de la mayoría del pueblo. No se discutía el hecho de que la crisis podría ser coyuntural o transitoria, se la veía como profunda e inevitable en sus alcances. Es cierto que la capacidad de explicación de la idea de crisis estaba menguada debido al uso abusivo de su aplicación, tornándose así un comodín que quería caracterizar tanto, y de forma tan general, que terminaba diluyendo a veces lo que quería explicar.

El conflicto social estaba a la orden del día y sus efectos eran contundentes y obligaba a cualquiera que quisiera actuar a tener que pensarlo en un esquema que lo contuviera. El concepto de crisis estaba disponible para tratar de entender lo que estaba ocurriendo desde el punto de vista socio-político. En la actualidad es evidente que su utilización fue desmedida, pero no se la comprendió así en ese momento, y la respuesta que dio el orden establecido a la situación, indica que desde allí se la percibía como muy peligrosa. Lo cierto es que en uno y en otro campo, la crisis anunciaba fenómenos muy difíciles. Conflicto y crisis se identificaban.

Se puede decir que ella fue vista como motivada por las circunstancias socio-políticas del país, producto de condiciones que se particularizaban en riesgos bien específicos, pero además había una realidad internacional confluyente y en Latinoamérica se vivían acontecimientos similares.

Insistentemente se ha teorizado sobre el carácter cíclico de las crisis económicas del sistema capitalista, los análisis llevan al desafío de pensar su derrumbe. Durante el 60/70 esto tenía repercusiones políticas cuyos efectos parecían recubrir todos los espacios.

Muchas cosas insinuaban que los sectores dominantes habían perdido el rumbo, por eso los grupos más politizados interpretaban como posible un cambio de régimen. Era como si todo hubiera tocado fondo. Emergían grupos activos que cuestionaban el orden político.

Una forma de analizar estos fenómenos es pensar que los acontecimientos tenían que ver con una lucha interna en el seno de la élite, pero la participación de amplios sectores sociales, desmiente esta hipótesis o la relativiza. De cualquier modo, podía preverse el fin trágico de los acontecimientos que se precipitaron. Todo se obviaba en nombre de una irrupción alternativa de cambio social.

La participación derrumbaba esquemas y requería de nuevas respuestas. Había equívocos que no eran enteramente asumidos y verdades que se planteaban como indiscutibles –lo que hizo que algunos hechos fueran leídos con simplicidad. No se trataba de actos de voluntad en el vacío, había un contexto que los explicaba. Se reivindicaba el haberse decido a intervenir y que la conciencia buscara modificar la realidad.

Se vivía un momento de punto cero, era el posible advenimiento de nuevos valores y el principio de un nuevo espectro político. Hubo entonces una especie de delegación, que tuvo una enorme importancia en el desarrollo de lo que se fue sucediendo. Gracias a esto los grupos juveniles politizados se integraron a un compromiso activo, que poco a poco se fue convirtiendo en algo riesgoso. Las figuras del militante, el héroe y el aventurero iban juntos en el imaginario de la época, la del revolucionario era la imagen más contundente, pero todas se explican en referencia a la coyuntura.

Los conflictos se acumulaban y su presencia demandaba la aparición de sujetos que pudieran intervenir en los procesos que la crisis hacía emerger. El peligro construía historias cotidianas. Hubo un momento en el que fue clara la aceleración de los tiempos históricos. El fenómeno era contagioso y avasallador, lo que se vivía no permitía demasiada reflexión. No había muchas alternativas y todo pasaba por la ruptura y el desenlace impensable. Aunque las cuestiones que se planteaban fueran de vida o muerte, no se lo percibía de ese modo. Las contradicciones fueron aumentando hasta llegar al punto nodal de 1973. La opción era Dictadura o Liberación. Había que obtener nuevos espacios políticos. Las sorpresas que alimentaban los hechos históricos emergentes eran señales que daban indicios de la crisis. Esta última obedecía no sólo a circunstancias coyunturales, sino también a cierta mirada que cargaba de sentido los hechos de la cotidianeidad reclamando nuevos sujetos que pudieran responder a las encrucijadas.

El peronismo de esos años, signa la etapa del país que comprende los 60/70, tanto en el tiempo que está proscripto como cuando efímeramente vuelve a gobernar (73 al 76), momento en el que se intensifican sus contradicciones internas, llevando así a la agudización de los conflictos latentes en la sociedad. Este "hecho maldito" de la política argentina, como lo era entonces, demostraba con su presencia la fuerza del potencial transformador posible, que algunos vislumbraban. Se daban para ello ciertos ingredientes que no pasaban desapercibidos, sobre todo para aquellos que defendían un orden, y un modo sui generis de resolver los entredichos sociales. Existía una situación social de persecuciones irritantes que denunciaba el hecho de que no había ningún campo común donde procesar diferencias. Las clases que dominaban en la sociedad argentina, no habían encontrado la manera de que ese movimiento policlasista, como se definía a sí mismo, tuviera su lugar nítidamente establecido en la cadena y en el ámbito de la política.

Muchos jóvenes comenzaron a activar en su seno. Pensaban que hacerla les daba infinitas posibilidades, o por lo menos era una oportunidad muy concreta de llevar adelante acciones y planteas que les permitieran operar en la estructura política del poder real, específico, y que la acción militante tenía como meta ese espectro de propuestas que los grupos más entusiastas veían como la aparición de un conjunto de factores, que casi se pensaban como ideas guía y que derivaban del propio peso de los acontecimientos sociales y de la interpretación de lo histórico. Esos relatos sociales se difundieron muy rápidamente por los sitios donde circulaba la joven generación y nivelaron perspectivas e historias disímiles en un único esfuerzo transformador. Claro que no todo el mundo pensaba así, y las controversias enseguida se hicieron presentes.

Como dijimos, lo primero que habría que hacer es tratar de decir algo sobre la crisis social. Ella recorre significativamente las páginas de los ensayistas político-sociales formando un enmarque constante y repetido, compuesto de convicciones insoslayables, con las cuales habría que pensar la problemática de la época. La crisis era también de índole cultural, en el sentido de que pone en cuestión los valores tradicionales formadores del país. El proyecto liberal fue severamente negado al fundar sus cimientos sepultando otra Argentina más real. La crisis se expresaba sobre todo en una dificultad económica muy acuciante. Se notaba en la vida de inmensas capas populares que por medio de la huelga, de los planes de lucha y de la acción reivindicatoria, anunciaban el hecho de que era cosa de la naturaleza misma de los protagonistas de la lucha social.

Pero decir que la crisis era fundamentalmente cultural, significa decir que la crítica se basaba en el planteo de levantar una cultura de diferente signo. Ella estaba instalada en representaciones muy hondas, se la hacía depender de vínculos históricos originales. No era entonces solamente que hubiera dos culturas en pugna, sino que había implícitamente involucradas, al plantear esta cuestión, dos concepciones del país. Como si esas dos líneas colisionaran en todos los espacios de acción y además se manifestaran en la órbita de la cultura. La confrontación consistía en esta manera de develar la crisis.

La "modernización veloz y discontinua del país", acumulación acelerada de "los fermentos de movimientos económicos y políticos" (expansión de la clase media y de la clase obrera, revolución industrial, derrumbe de los viejos valores)", provoca la aparición de un cuadro problemático. "El resultado es una plétora de crisis, de distribución, de legitimidad, de participación y hasta crisis institucionales"1 se resume en un cuestionamiento de la globalidad del dominio, de carácter político. La violencia es una resultante de la crisis, que agobia sin encontrar ni buscar una salida posible y porque esta situación es vivida existencialmente, no puede ser pensada en términos de crisis de poder interno, sino de confrontación conflictiva de dos proyectos claramente definidos y antagónicos. Es decir que la crisis era de carácter estructural motivada por los sentimientos provocados por la historia político-social del país, que en esas décadas condensaba años de desencuentro.

Para el caso argentino, la crisis no era meramente efímera. Abarca, por lo menos, casi todo el siglo XX y se concentra en los años 60/70, entre otras cosas, porque los valores puestos en cuestión, sobre todo los relacionados con la obediencia social, estaban seriamente en duda.

Para el período que nos interesa puede sugerirse, resumiendo, que la intelectualidad crítica entra en proceso de puesta en disponibilidad ideológica como consecuencia de la ruptura de sus "lealtades" anteriores. A la crisis de su identidad se sigue una "puesta en disponibilidad", dice Silvia Sigal 2 y creemos nosotros que esa encrucijada se resuelve en una elección determinada, producto de la lógica del antiperonismo, pasando por una crisis de identidad a posteriori de la dirección que le impone la crisis estructural del país, de la que ella forma parte.

Son las llamadas condiciones de la época, las que están determinando las opciones de esa "disponibilidad", que incluye a enormes contingentes de sectores juveniles de la clase obrera y media, que conformaron la base de sustentación de la acción de masas, y por lo tanto excede a los intelectuales típicos, para configurar la imagen del militante político, tan característico del 60/70.

La crisis socio-política es percibida como un momento crucial, un verdadero divisor de aguas; tiene profundas influencias en la conciencia política de esos vastos nucleamientos que se ven arrastrados a formular interrogaciones que los recoloquen, interpretando así originalmente hechos que explican las claves de la sociedad argentina contemporánea.

Sigue Silvia Sigal: "Sería abusivo inferir de la crisis ideológica abierta por el fin del gobierno peronista que la movilización política de los intelectuales y la aparente pérdida de autonomía cultural, años más tarde eran ineluctables (Se refiere a la crisis ideológica de los intelectuales después del 55, aunque habría que decir que en verdad se opera mas bien una especie de mutación de ideas). A las luchas estudiantiles del fin de la década, deberán sumarse los efectos de la Revolución Cubana, las transformaciones del campo intelectual, el desenvolvimiento de la crisis política argentina, el Cordobazo, y el aumento vertiginoso de la masa universitaria. Si es cierto que al principio de los sesenta, ese escenario estaba instalado, su evolución era solamente una posibilidad". Por lo tanto el conjunto de influencias que reciben estos jóvenes tienen que ver con motivaciones que tienen su origen en la forma en la que se procesaban los conflictos histórico-sociales en un contexto de quiebra del sistema económico-político que provocaba enormes turbulencias, al principio latentes y luego muy visibles.

Recordemos que la ''traición Frondizi" (firma de los contratos petroleros, el artículo veintiocho, el proyecto de ley sobre Enseñanza Libre, etc.) es el marco socio-político inmediato del post-peronismo (inaugurado por la autoproclamada revolución libertadora, con su secuela de represión e inicio de la crisis económica y de la reaparición de los liberales ortodoxos en los ministerios claves). Frondizi que había despertado ilusiones en sectores intelectuales de izquierda, y que accedió al poder gracias a un pacto con Perón, que le propició los votos (aunque millones continuaron siendo votos en blanco, señalando así la intransigencia de extensos sectores populares) defraudó a todo el mundo.

Se comenzó a hablar de "generación traicionada", la inmoralidad política era ostensible, el maquiavelismo del presidente un hecho muy claro, y el gobierno se vio envuelto en concesiones a los grupos militares que le efectuaron reiterados planteos. Lo principal para advertir es que comenzaron intensas luchas sociales reivindicatorias en los grupos obreros: de los petroleros, de los obreros de la carne del Lisandro de la Torre, los ferroviarios, etc., vividos por el gobierno como manifestaciones de huelgas revolucionarias, que por lo tanto eran reprimidos violentamente, iniciando una espiral de serias consecuencias.

Hace su aparición una generación que comienza a descreer de las intenciones de los "dueños del poder" y que experimenta, allí donde desarrolla su actividad: la fábrica, la escuela, la facultad; una vivencia política acuciante. Una ruptura generacional se está gestando y los acontecimientos se precipitan en un clima social enrarecido, sobre todo en el peronismo de aquellos años.

Se convive con los fenómenos antiimperialistas de la Revolución Cubana, y el rechazo a la invasión a Santo Domingo y esto está marcando su diferencia con el nacionalismo histórico peronista tradicional, por su carga de cuestionamiento total de la estructura de poder vigente. Cada vez es más evidente que Frondizi está sometido y se va convirtiendo en el brazo ejecutor de una política dictada por fuerzas conservadoras a las que se rinde dócilmente. Esa política no puede resolverse más que en mayor represión y medidas antipopulares "racionalizado ras". Se repite diariamente el uso de la fuerza, que demuestra sus alcances de manera explícita: "movilización" de los ferroviarios, violencia con los estudiantes secundarios y universitarios por el tema laica y libre, Plan Conintes.

En ese clima va apareciendo una literatura muy politizada. Cuando surge está muy cerca de la acción, que no la excede, pero sí que es un elemento constante; es preciso discutir cuál es el margen que se da, en un momento determinado, para evitar simplemente leerla como homología de lo real. Palabra sobre palabra, experiencia sobre experiencia, el afán de la literatura parecía consistir en la elaboración de imágenes y en la construcción de visiones que queden en la memoria.

Cuando el empeño de una fracción generacional es la ruptura (aquí estamos juntando dos órdenes: el social y el literario) o el cuestionamiento de toda forma que no sea una nueva manera de ver los fenómenos, se entra a un espacio de formulación de propuestas que es necesario repensar. El momento que inaugura el 60/70 es de una crítica intensa, incompleta. Y aunque atravesamos por circunstancias diferentes es necesario, aunque sea fragmentariamente, intentar acercarse a la Literatura y a los planteas estéticos de ese tiempo y a su clima irreverente. Mediante la estructuración, en algunos casos, de un lenguaje que niega sus propios fundamentos esa época dice sus imágenes, y quizás pueda ayudarnos a develar algunos enigmas actuales. Esto quiere decir que pensar acerca de la Literatura que se escribió en esos años, es de alguna forma ocuparnos de un trayecto que nos concierne, y nos invita a reflexionar en situaciones que nos interpelan íntimamente, aunque las imágenes que obtengamos sean provisorias.

Las preguntas que se hacía César Fernández Moreno: ¿Libertad o compromiso? ¿Acción o contemplación? ¿Observar o modificar? ¿Intelectuales o "idiotas" en el sentido griego de la palabra? ¿Cantores o hablantes en el sentido de Stevenson? ¿Poetizar o Politizar? Preguntas que se extendían ampliamente sumando cuestiones centrales a los problemas de la época. Si como decía también Fernández Moreno 1; (opción que consistía en el ejercicio de la Poesía como conocimiento de la realidad característica de la política) el propio juego de la situación así lo dictaba.

Las pasiones que marcaron los 60/70 en verdad habría que interpretarlas como cuestionamientos culturales que confluyeron entre sí para conformar propuestas, que en el caso de la Literatura, se conectaban con antecedentes y precursores que eran nuevamente leídos. La escritura que surgió en esos años, sobre todo cerca del 60, se pensó en algún momento sin maestros, pero se puede rastrear en cada obra individual o en la actividad de los grupos la huella que dejaron los predecesores, la mayoría escritores de la Literatura argentina, que eran atrayentes para ser rescritos. La totalidad de lo real, como emergencia que había que enfrentar e imperativamente pedía la resolución de sus contradicciones, constituía un motivo recurrente que politizaba la vida cotidiana. Pero además, la concepción de la Literatura misma estaba cuestionada como legado de las vanguardias estéticas históricas, muy cerca la postura de mediados de siglo que coincidía en la reivindicación y el rescate de escritores claves de la Literatura Argentina: Arlt, Macedonia, Olivari, Tuñón, etc.

Más cerca de los 70, la crisis seguía teniendo efectos políticos y otros que involucraban ideas sobre el arte y la literatura, y que fueron muy importantes para la concepción del lenguaje que era visto como fuente de problematización. En un libro de la época, refiriéndose a lo que ocurría en la cultura, en términos amplios se decía: "A lo largo de toda esta década he tenido la impresión de que estábamos en el corazón y acaso en el momento crucial de una crisis que nos reunía y al propio tiempo dividía en torno a una cuestión única. En el campo particular de la reflexión literaria, no se trata de otra cosa que de la crisis que conoce la cultura contemporánea: reposición en su lugar del concepto que el hombre moderno se hace de sí mismo, bajo la influencia de las ciencias humanas" 3.

Tal como lo plantea la cita, todo era pensado sobre el horizonte crítico de la cultura. Esto se daba también entre nosotros y cuando se consideraba lo literario se hablaba del lenguaje como problema, comenzando a configurarse un tema: La literatura era una cuestión de lenguaje. Había varias respuestas posibles, acerca de quien se escuchaba detrás de esa voz que hablaba allí, encontrar sus claves eran tareas de la crítica, que de esa forma tenía que tener una mirada que debía enhebrar los enigmas. Es decir identificar aquello que insistía, para que el proceso se reanudara indefinidamente porque en última instancia estábamos hablando de cuestiones de lenguaje.

Como ese "descubrimiento" era experimentado en el centro de una crisis (que correspondía a una versión en la cual el lenguaje era visto como un espacio indispensable donde las voces tuvieran su lugar) el análisis formaba parte principal de los recursos. Por lo tanto la literatura, en su ejercicio, llamaba a intervenir, asumiendo sus contradicciones. Se abría un campo con multiplicidad de sentidos.

El lenguaje aparece como un elemento que va ocupando la escena. Por lo que si bien puede hablarse de dos tiempos: el primero abordando una creciente politización y el segundo enfatizando la problemática del lenguaje, vistos en perspectiva terminan siendo una unidad. Por otro lado en las obras más significativas, narrativas o poéticas se superponen los dos tiempos, lo que hace que cobren una insistencia referencial, combinados en una búsqueda estética, en el intento de construir una poética posible.

Es que se trataba de inéditas manifestaciones políticas y culturales que cuestionaban los poderes tradicionales, las formas dominantes de ejercer el dominio y que procuraban el reemplazo de los valores vigentes. Era fácil caer, sobretodo al principio, en una mera politización justificatoria, sin embargo esto no quiere decir que tal circunstancia por si sola invalide la obra. Por otro lado hay producciones literarias del período muy interesantes, que no tienen ningún vínculo directo con lo político, aunque en algunas muy importantes existen modos de tratar temas que obtienen formas expresivas acordes con lo que se narra y que son de tema político (Walsh, Gelman, etc.)

Estos textos requieren para ser verdaderamente criticados ubicarlos en un sistema literario que les otorgue la cualidad de ser componentes de un discurso articulado, que de hecho es una lectura política organizacional de nuestras letras. Literatura, crisis y realidad política tienen que interactuar para permitir la reflexión. Corresponde decir, en todos los casos, politización, transgresión, experiencia y lenguaje. Estamos hablando de textos excluidos, que con dificultad son incorporados a la secuencia literaria porque de variadas formas se termina por ocultarlos en su real significación.

Todo ocurre como si la memoria que se tiene de estos textos tuviera que ser escondida, o cifrada para se hagan legibles. Sin embargo, a pesar de que algunos son desconocidos o "sepultados", esos textos están allí, como si se tratara de versiones para ser pensadas (no son oportunas para leer ni fácilmente asimilables). Forman parte de un espacio donde hay inseguridades y aciertos.

El conjunto de nuestra literatura consiste en una respuesta ante la crisis constante del país, lo que ocurre en los 60/70 es que se produce una quiebra que hace que las contradicciones de esa crisis emerjan con crudeza. Hay como una perplejidad social, que no permite que se trate y analice adecuadamente el período; lo que llega de él hasta nosotros es una mistificación que intenta que la apreciación exacta de esos textos excluidos desaparezca de nuestro horizonte.

Este ocultamiento sin embargo no consigue transformarse en integración, porque la contundencia de los temas de la literatura de los 60/ 70 hace que eso no sea posible. Están todos estos textos fuera de control, politizados, crípticos o transparentes, relatan de alguna forma algo así como una contrahistoria. Son tan historizados que sólo tienen sentido en esa exageración que los caracteriza y que a veces suena ingenua y muy extrema. Pero es indudable que si queremos comprender nuestra circunstancia actual, es preciso leerlos en una lectura narrativa, que busque explicarlos, para que nos sirvan como elementos del debate.

Para formular hipótesis acerca del valor y el aporte de los 60/70, hay que señalar con claridad desde qué perspectiva se están planteando los juicios, porque siempre se parte de lecturas interesadas, y la cercanía en el tiempo únicamente aumenta el riesgo de tergiversación. Repetir supuestos como si fueran verdades, no es más que decir de manera diferente criterios ya establecidos y que tienen su historia. Se precisa además realizar un ejercicio "literario" que no es espontáneo, más bien se deja ver como el resultado de un esfuerzo interpretativo que significa riesgo. A veces surge bajo la forma de ensayo y otras de ficción, aunque los géneros deban ser diluidos para tratar esa época.

Ese tipo de literatura hacía depender el estilo o de formas cerradas –difíciles de comunicar– o de referencias directas. El vínculo con lo estético estaba en el seno de las preocupaciones. Había que recubrir con palabras todas esas características que buscaban expresarse en nuevos sentidos. No implicaba esto, como algunas obras lo muestran claramente, que se evitaran ciertos modos de mirarse en lo político, sino que los cruces y las búsquedas mixtas (lenguaje/política) eran posibles y deseables, o por lo menos inevitables.

La crisis era de índole cultural, en el sentido que se ponían en entredicho los valores que habían construido al país. El proyecto liberal se cuestionaba porque su base era haber escondido otra Argentina subterránea y auténtica. La crisis se expresaba, como dijimos, en una dificultad económica muy acuciante, esto tenía reflejos en la vida cotidiana, que anunciaba el carácter de la crisis que era de la naturaleza de los protagonistas de la lucha social. La emergencia de nuevas significaciones se concebía en relación a determinados legados, se la hacía depender de vínculos históricos originales. Había que retomar líneas, poniendo en práctica tradiciones que se habían sojuzgado.

Había íntimas convicciones, en el sentido de que la historia estaba del lado de las alternativas de cambio y por lo tanto se trataba de dar empuje a esos elementos que estaban en lo real. El hecho de que se estaba incubando una guerra civil era apuntado como una certeza que tenía hitos determinados en el pasado histórico. La atmósfera social anunciaba transformaciones, aunque la recomposición del capitalismo fue el verdadero desenlace que no estaba previsto.

En la época se creía que se estaban gestando cambios profundos en el modo de vivir de la gente, y esto se dio en las costumbres, pero las propuestas de cambio político resultaron efímeras, esto coincidió con un momento de reacción dictatorial y la consiguiente respuesta popular. El contraste entre ambas situaciones y la aparente decadencia del autoritarismo, muestra que nos encontrábamos en los límites de una transición histórica que, como sabemos, tuvo un determinado final, pero podía haber tenido otro distinto. La ingenuidad se pagó cara.

Dos líneas pujaban en todos los espacios, esa era una de las maneras como se develaba la crisis, y en esa coexistencia de elementos opuestos, en verdad se enfrentaban dos concepciones diferenciadas, la lucha se desarrollaba en el terreno de la cultura. Por otra parte la elite liberal había configurado su propia lista de manifestaciones culturales de todo orden, inclusive utilizando alguna literatura "representativa", en una maniobra de adulteración. La cuestión cultural era la base para comenzar la discusión acerca de la pertenencia de cada cosa en juego, para ello se leían las alternativas que se presentaban, siempre bipolares en su esencia.

Esa bifurcación, se había ido construyendo mediante obras y acciones sedimentadas a lo largo del tiempo. Del lado de lo representativo se iba desde luchas históricas, pasando por los gobiernos populares, el Martín Fierro, el sainete, el tango, etc. Se enfrentaban dos concepciones de entender a la cultura, y se explica esta situación por el punto del cual se partía: una modernidad diferida, que se condensaba en ese tiempo inaugural y acelerado. Que los fundamentos acerca de lo "popular" fueran provisionales está indicando que se argumentaba sobre ello, a veces con decisiones muy apresuradas y que hubo que tomar sobre la marcha.

No puede decirse entonces que la aparición de esa crisis, haya sido nada más que el surgir de un breve período anárquico, rápidamente extinguido, porque él enraíza en una tradición de ruptura que cristaliza en esos años pero que no tiene explicación en sí mismo y, por el contrario, es producto de una multiplicidad de causas (internas y externas) que son las que están en la base de su surgimiento. La crisis es expresión de profundos desequilibrios y carencias de índole económica, que sufren los sectores populares, combinándose con proscripciones políticas que hacen más evidente el sentido de la dominación, lo que produce un clima constante de inestabilidad sobre todo política.

Una generación, que comprende un gran arco de experiencias y que el marco histórico condiciona, da sus "primeros pasos", en una lucha frontal contra regímenes dictatoriales (que eran constantes en la época) interrumpidos esporádicamente por "democracias" no representativas. La lectura de la crisis era para unos la justificación de la revolución, para otros un camino para nacionalizarse, en el sentido de transformar intentando un cambio de la realidad.

La "politización de la cultura" y de la literatura era inevitable, y esto impregnó la vida cotidiana de mucha gente: los militantes y todo su entorno y contexto. No corresponde, o por lo menos es muy parcial, tratar de entender todo ese trayecto pensando solamente en los intelectuales, hay que hacerla con una visión más amplia. Era una instancia generacional, que se caracterizaba por tener una visión particular de los hechos políticos  que fueron leídos a partir de algunas certezas, que iban luego a ser criterios que marcarían a los jóvenes que se acercaban a la política con una actitud contestataria. Los rasgos salientes eran: una voluntad de justicia intransigente, una confianza irreductible en el camino revolucionario, la sensación de rebeldía y de poder que emanaba de las propias convicciones, la ingenuidad de creer que el enemigo estaba en retirada, cierto esquematismo en las interpretaciones, simplificación en el análisis de la situación.

Se trataba de un fenómeno social, que pudo elitizarse en algunos aspectos, pero que por definición era masivo y comprendió a diversos sectores aunque tuvo manifestaciones más ostensibles en un cierto tipo de condiciones representadas en un fragmento numeroso de la clase media. Por eso arrastró a propios y ajenos, definió conductas, y en el lapso de tiempo en el que ser militante constituía un valor destacable, estuvo ligado con el heroísmo, la valentía, ciertas tragedias personales, y la irresponsabilidad de tener una actitud idealista. El fenómeno estuvo signado por la ruptura, la negación y la aventura, como si así se abriese el espacio para que el arrojo fuera un elemento de la vida cotidiana. Se pensaba en las recompensas, pero ellas tenían que ver con un conjunto, una clase y no con un beneficio particular (lo que en parte era impensable como opción) que formaba parte de la política burguesa.

Es claro que todo esto se mezclaba con la picaresca, lo que era razonable tratándose de situaciones reales y por lo tanto inconfundiblemente idiosincráticas y políticas, y aunque al final ese ingrediente cobró más importancia que lo debido, el problema de lo contestatario se instalaba en un país con una historia que determinaba y configuraba una apuesta o posibilidad, que podía terminar en el triunfo o la derrota. Es verdad que las circunstancias políticas por las que atravesaba el país eran vertiginosas, había que explicar el cambio que se produjo en los sectores opositores al régimen dictatorial –en el sentido en que se radical izaron las posiciones para entender los hechos que se sucedieron. Esto seguramente tiene que ver con la afirmación de un imaginario, que se fue construyendo sutilmente a medida que el enfrentamiento con la dictadura militar de turno era más agudo. Evidentemente el peronismo aparecía como la contraimagen del sistema político y económico.

También significaba, si lo queremos leer tomando en cuenta el fenómeno de la crisis, como la emergencia generacional de aquellos que se incorporaban a la política, promoviendo una ruptura con la visión tradicional de los partidos demoliberales, incluyendo al peronismo.

El descreimiento en la política, significaba que se la encaraba bajo una nueva óptica, que entendía el ejercicio de su práctica fuera de los marcos de lo que era común. Confluían sectores nuevos, en una estructura que parecía permeable. Lo que verdaderamente ocurría es que los grupos se fundían en una identidad, en la que la convergencia y el eclecticismo político, explican el destino de muchos núcleos organizados. Estos grupos perdían abruptamente su anterior procedencia, para pasar a explicitar un discurso que era del anterior. Este pasaje, como dijimos era muy veloz, e hizo que los conflictos tomaran un cariz particular.

Es que la nacionalización de las clases medias, como se decía entonces, justamente se procesaba en esos años y esto exigía que se leyeran de diferente manera cuestiones, problemas y fenómenos que hasta allí habían tenido una determinada interpretación y que, con la "nacionalización" se reformulaban. Pero este cambio de enfoque no se realizó sin que existieran tensiones y dificultades, que provenían de esas conversiones tan rápidas que se sucedían, y que seguramente venían incubándose en las discusiones que se dieron, cuando en el 55 el peronismo fue desalojado del poder, hecho que, como sabemos, dividió aún más a la sociedad argentina.

Si la postura "anti", había sido la característica predominante en amplios sectores de las capas medias, la nueva actitud, sobre todo de los jóvenes, traía una imagen distinta respecto al peronismo. El acercamiento de ellos a ese movimiento político, venía envuelto en una mitificación que no permitía juzgarlo adecuadamente y se efectuaba la operación de rescate, en un marco de crispación socio-política, de la cual la crisis era la manifestación de los conflictos aún no resueltos. Desde la literatura, la contundencia de las narraciones y poéticas, era una constante; ello indudablemente se correspondía con una concepción crítica y politizada de la realidad, que era percibida como un desafío necesario de desentrañar.

La crisis, como decíamos, tenía relación con muchas significaciones sociales, que estaban en estado latente y que parecía que sólo era necesario detectarlas para que se mostraran plenamente. La emergencia de esas circunstancias provocaba situaciones impensables como si una lógica muy particular guiara muchas de las conductas de ese tiempo, lo que hacía que las acciones fueran por un lado previsibles y por el otro poco meditadas.  

Para la literatura la crisis era la oportunidad de que fueran saliendo a la luz nuevos nombres y planteas, sobre todo algunos escritores se transformaron en precursores, cuya obra se redescubría y por la importancia de su trabajo literario, eran verdaderos emblemas que la época colocaba en un primer plano. Traían los precursores, una cierta imagen "antioficial", "no académica", que coincidía con el imaginario del período, ya que los intelectuales de los 60/70 buscaban poseer estas mismas cualidades.

"En su origen, Crisis significaba decisión en el momento decisivo, en la evolución de un proceso incierto, que permite el diagnóstico", afirma Morin, para terminar diciendo: "Es el momento en el que junto con una perturbación, surgen las incertidumbres" 5. Si relacionamos esto último con la literatura podemos reflexionar que la indecisión que ronda la posición crítica exige un trabajo riguroso con el lenguaje. Los precursores anduvieron por esos límites: o por medio de la exasperación expresiva, la quiebra constante, transformando la literatura en la búsqueda de lo grotesco y las distorsiones más audaces como en Arlt, o mediante el pensamiento también disruptor de Macedonio, que utiliza lo especulativo para concebir el espacio literario como algo semejante a la alucinación (Macedonio realiza su obra con un humor que se va estructurando en ficciones y negaciones que en un juego de espejos, de entradas y salidas, inaugura lo que está por venir),o convirtiendo a la literatura, como en Juan L. Ortiz, en un universo de múltiples significaciones, envueltas en un clima donde todo se mueve en equilibrio de elementos que se complementan entre sí. O como en el caso de Girando, que entiende la Literatura desestructurándose en un experimento continuo, donde el mundo estalla en fragmentos y la violencia de la dispersión necesita ser capturada en imágenes que surgen de esa exuberancia.

En todas esas escrituras, de diversas maneras, el concepto de crisis está implícito. Ellas se ubican en el umbral que habla a la vez que la literatura se va desmembrando, como si se estuviera asistiendo a un desmontaje de sentidos y se atisbara una nueva estructuración bajo los signos del replanteo de la idea de literatura. Se coloca entre paréntesis no sólo la delimitación de los géneros (en el sentido de los márgenes existentes entre lo que es literario, lo que no lo es, la contaminación y filtración de los diversos órdenes en juego), sino también la exterioridad de un discurso realista, porque la insuficiencia de ese criterio, irá añadiendo nombres a toda esa masa de nuevos sentidos que están por nacer.

La incertidumbre proviene de una paulatina asunción de la moralidad, la literatura vista no como rodeo esteticista, porque lo que ocurre es que el contexto de crisis social, produce relecturas estéticas y por lo tanto nuevas aproximaciones a problemas constantes. Un rasgo característico es la idea de que la literatura es un ejercicio antisublime que poco tiene que ver con una actividad que se destaca por su lugar central y prestigioso, por el contrario se trata de una tarea de índole crítica, que ve en la investigación la manera de probarse en la obtención expresiva de zonas inéditas. Si el humor aparece bajo las formas de lo que cambia de lugar como en Macedonia, o está al servicio de un clima, por medio del absurdo como mediación, como en Arlt –por lo que a veces no es ni siquiera humor– se registra en la burla que todo lo corroe.

De acuerdo con los tiempos crisis, la literatura de los 60/70, bus encontrar ese tono que particulan sus poemas y narraciones, que es van motivados por la pasión y por una relectura de la Literatura Argentina.


Notas

1. Juan Corradi, citado por Kathleen Neman: "La violencia del discurso", en Estado autoritario y la novela política argentina, Catálogos, Buenos Aires.
2. Silvia Sigal, Intelectuales y poder en década del '60, Puntosur, Buenos Aires, 1991.
3. César Fernández Moreno, "¿Poetizar o politizar?", en ¿Poetizar o politizar? Literatura y política, Losada, Buenos Aires, 1973.
4. Serge Doubrovsky, "Crítica y existencia", en Los caminos actuales de la crítica, (dirigido por Georges Poulet), Planeta, 1967.
5. Edgard Morin, "Para una Crisiología en El concepto de crisis”, Megápolis, Buenos Aires, 1979.


Publicado inicialmente en el n° 17 de la revista EL OJO MOCHO, verano 2003.

sábado, 17 de noviembre de 2012

AUSENCIAS: NÉSTOR SÁNCHEZ


por Jorge Quiroga


Nosotros dos

La narrativa de Néstor Sánchez es desde su primer novela Nosotros dos una indagación, una búsqueda, la pregunta por el pensamiento del pasado, una y otra vez, el destino va infiltrando su recuerdo hasta casi desmembrarse, y todo encuentro es un mito, una forma de la soledad. Es que el camino en sentido contrario cuenta una historia cifrada, si caminar alrededor y en la oscuridad de la ciudad, obstinadamente, preguntando el sentido, (o qué eran los dos, en ese espacio intransitable y desdibujado, de un verano que no puede recuperarse), incita a escribir, también hace recordar.

La escritura es intervención irreal y modulada, un golpe de sentido, como cruzar el río inmundo, retornar a Banfield y al Sur. Semeja resplandores en la noche, y en el patio del suburbio, en las piezas del azar.

Pedazos de imágenes, fragmentos dispersos: puede ser un suéter celeste, un río, una banderola opaca, una pileta horadada, los remiendos en las sábanas de los hoteles baratos, vías apenas iluminadas, ladridos de perros, ventanas en ruinas, sufrimientos, tristezas irremediables, o un hombre simplemente que recuerda.

El mundo, o mejor dicho, el pequeño cosmos, es repetición, poesía del vacío, cielo desteñido, en los extramuros del tiempo pasado. Parte también del llamado fracaso argentino previsible.

Historias interpenetradas, el recuerdo gasta ya se corroe, todo deja de pertenecer, es que la vida sigue siendo breve, interconecta con el aislamiento de no tener destino. Él habla. Improvisa, desaparece, naufraga en esa desesperación de la ausencia. Por eso dice “mezclé mi pobre Arlt con mi manera especialísima de caminar el tango que me venía de Santana”. Todo ese mundo peligroso e irrisorio, que atravesará su poética, un sitio torvo de gente que bordea una vida de iluminados, que se extravían en el vacío, de lo que está al margen. Furioso, onetiano, como si viviera en la negación del extremo, aparentemente sin salida.

Leer toda la literatura argentina. Irse desprendiendo de lo presentido, siempre huir, ausentarse. A ella le dice: “fuiste capaz de cosas increíbles a fuerza de no darte cuenta de casi nada, de aceptar acaso el destino”. Ya que esta novela es una interpretación, una carta no enviada, una improvisación. El proyecto es interrumpido, es inviable, quedan restos de lo que fue, justamente de aquello que no se puede desviar de ningún modo, que se envuelve en lo trunco.

El río está brillando fantasmal, tiene que ver con cierta memoria de lo que no está allí, y que sin embargo es un pasado irreal. La vida de nosotros, escribe Sánchez, esa vida resguardada, en brumosos reservados, con misteriosos rostros oscuros. Todo dicho, reiterado, obstinado, raramente poetizado. “Todo siempre mezclado, siempre haciendo agua”, la historia monótona lamentable.

El sentimiento del tiempo, prevalece en la creación de este imaginario, “tragado por los ruidos de la ciudad”, “los dos en un barrio apartado de la ciudad”, como mariposas en un álbum y voces de algo ya formulado

Son pocos recuerdos que martillan el inicio de una narrativa vibrante, en su capacidad desgarrada, rodean un país invadido, en el centro de una corriente de años que se suceden, y que por vuelta de la escritura, mantienen la única posibilidad de rememoración.

Nosotros dos hace presente una novelística y una literatura desusada, que tiene que leerse como un dominante entrelazamiento, que habla de una versión literaria, en la que el lenguaje es el principal juego.

Siberia Blues

La escritura se irá radicalizando, una voz como interior irá improvisando, utilizando una progresión, envolviéndose en torbellinos, en cargas y franjas urquicenses de sentido casi interrogativo, en las que la legendaria barra de Toma sol de la Siberia, irá ocupando el escenario de ese lenguaje fronterizo y desatado.


Sánchez libera sus astronautas, corroe las frases, escribe una poemática tan sólo con restos narrativas “por la calle Valdenegro al norte, también durante los años cuarenta, languidecía la frontera y al empezar los plátanos ya no quedaban rastros de la Siberia”. Con su piyama explicaba aforísticamente la sordidez del mundo. Con su Kropotkin en el sobaco. Un obispo se recluía en su apodo. En la quinta de Saavedra, después alambrada y cobijante. Esos seres de allí, nunca se transferirán. Restos inciertos “donde los hechos serán alterados” en una poética de lo desolado. Donde se cruza o no el límite, la última orilla, e indecisamente, los atrapados se reúnen en el Bar Trece, para dilapidar el tiempo que se disuelve.

Años invencibles, heroicos, con personajes que ya entran y salen, donde ya no importa quién habla sino de qué se habla. El tiempo se roba porque es un destiempo acribillado de bufosos, artimañas picarescas, planes remotos. La yegua, resplandeciendo en el callejón del barrio, abriéndose en las intermitencias de la Siberia, era una constancia instalada en el temblor de la siesta. Tirando del carro en su paseo asoleado.

Un fraseo interior. La imbrincación, el detalle, una vacilación que se desarrolla en el resplandor de las historias secretas. Dudas, interrogaciones del recuerdo, es acaso esto el destino de las trampas. Los sujetos se apelmazan, se tocan, es todo un sistema de autorreferencias, y vacíos brutales que se rinden en la frontera siberiana.

El amhor, los orsinis, y la muerte

La tercera novela de Néstor Sánchez cierra una zaga. Y es escrita extremando las resonancias, repeticiones y variaciones de sentido, mediante una cohorte de personajes, nombres, humildades lúdicas, es a la vez una escritura en busca del traslado de una alucinación y un riesgo espiritual equívoco. Esto ya se había insinuado antes, pero ahora se vuelve una posibilidad cierta, una narración tan condensada que ronda el lenguaje –o el extravío–, transmitiendo la ambigüedad en personajes intercambiables, con filiaciones y proximidades atenuadas por lo sepia.

Clarividencias que sólo permiten salir, ahora con gestos y rostros insistentemente espeluznantes, la realidad en sí, diversos tiempos superpuestos, el espacio literario en la claridad de Ingeniero Maschwitz y su atmósfera especial, o en la casa de Flores, en el aguantadero, donde Donald Gleason espera, quién sabe qué señal, o en la piecita del suicida, donde suena la estampida, en el recuerdo del tío Ismael.

Esa enigmática unión entre la vida y la muerte, un hermetismo, mezcla afiebrada que indica la búsqueda espiritual y transitoria. Alguien se convoca imaginariamente, se lo hace existir, en verdad concibe una desconfianza en el lenguaje, que logra que se sustantivice, lo que no se puede conocer, observando atentamente hasta apagarse.

El asalto final, al edificio de la Caja Nacional de Ahorro Postal, articula una ensoñación improcedente, donde mueren los mejores, se les da un pasaje y tal vez una señal, un código, que pueda dejar pronunciar un nombre, más allá de los caídos en acción.

Cómico de la lengua

Decía Néstor Sánchez, poco tiempo antes de publicar su novela Cómico de la lengua, en el prólogo a una serie de textos italianos sobre Césare Paveese: “poesía no es otra cosa que reiteración, toda escritura es una ética (o una sospecha bastante parecida a una esscritura”. En Cómico... se narran las peripecias de un grupo en “la supuesta inverosimilitud del olvido”, esa gente está viviendo un exilio de sí mismos, mientras alguien narra, tacha, intenta describir de manera agonizante y corruptible, recordando y recapitulando un fugaz conocimiento abismal. Un paquete que viaja misteriosamente, alusiones, cada uno con sus motivos para armar una historia, que los lleva alternativamente al claro de la selva, o a Buenos Aires, a las pequeñas caligrafías, a un tedio que no los impulsa, entrando y saliendo, con identidades múltiples, cuya única razón de ser es la escritura.

La fragilidad de no ser preciso, historias alrededor de figuras, la regulación de la inmediatez, en un mundo que se escinde y se esconde, sin necesidad de pronunciarse, el espejo o la palabra espejo, todo es una escena que atrae, en la repetición infinita.

El silencio, las frases reiteradas, los sucesos corrientes que envuelven fragmentos de sentido, los cambios de tono, donde lo importante es la transmisión de una memoria. Evitar lo real, para poetizar un pasado que no existe, que sólo se imagina en el narrar. Dibujar en las paredes, “la nada inverificable”, el acecho a aquello que somos y que está allí, en el cifrado de la literatura, la vida está en otra parte, en el impulso del viaje. Se trata del reencuentro en los paisajes más indescriptibles, en los sondeos y desmantelamientos. Las palabras son una manera de volver, de esconder un mundo caído. Escenas congeladas, que sin embargo merecen la reiteración, el peso de lo contingente, las puertas inútilmente clausuradas.

Narrativa de Sánchez

La narrativa de Sánchez está organizada mediante la formación de ciertos tramos que van imbricándose de diversa manera, hasta evocar imágenes densas y contundentes, historias tan cerradas en su mismo poder de alusión, que hacen imposible, no volver a ellas, una y otra vez.

Como quiera que sea, si el mundo real es imposible, la escritura poemática, es decir, un modo particular de concebir el vínculo entre lo conocido y lo desconocido, el lenguaje como instrumento de indagación, sin ataduras a lo verosímil, también lo es.

Si la literatura es conocimiento en los bordes, el tipo de experiencia literaria que Néstor Sánchez ensayó de manera incesante fue una experimentación sin concesiones, y consiguió plasmar una obra, que figura entre las más importante de nuestro tiempo. Su desaparición, su largo silencio, forman parte de sus misteriosos gestos de escritor profético, cultor de la otra literatura, la que nos inquiere y convoca. Dándose en ráfagas narrativas, en silencios, en reflejos inútiles. Sánchez va cerrando un territorio que no pertenece a nada, que se extiende hacia la noche, ya un habla casi inaudible, que hace seguramente pensar en el vacío.

Los encuentros a cualquier hora del día, son cosas olvidadas en una pequeña caja de Pandora sin fondo, que reagrupan la memoria y la difunden. “La posibilidad de un dolor infinitamente excitante existe”, la vida es fiesta, proliferación, “errancias recobradas, dicha amplitud del olvido”; que justifica la escritura y la constriñe en sus propios límites. Alguien habló y dijo algo, que se recuerda y piensa. Visiones introducidas en un vasto sentido que se pierde, enfoques jadeantes, anticipaciones de la nada.




Nosotros dos, de Néstor Sánchez

XXII

No sé de dónde el hábito a sentirlo todo en una sola tarde, los tres años antes de las doce de la noche y nosotros solos, casi sin hablarnos, por una calle que en mí debe corresponder a la zona del Bajo. Una única tarde en que las tantas piezas recorridas, los postigos trabados, la falta de ventanas y el techo bajo, el techo a dos aguas y los objetos con otras marcas de manos, siempre las sábanas amarillentas o una frazada sola o una colcha desteñida para taparnos, los libros firmados por otros, los puchos y el olor de los otros, todo se reduce y se funde, no sale de un ocre sucio en Arles, de un olor a trapos en el armario del altillo: me veo con las manos paralizadas en los bordes de las solapas, vos que tironeás una punta del papel floreado de las paredes a dos semanas del club social de Caballito, un poco pálida y el vestido verde, que te gusta esa pieza con el ruido del agua que cae en el water y la luz roja sobre la cabecera de la cama, apenas apoyada con un dedo y yo que te llamo desde la persiana sujeta con alambre, por el único intersticio, sin atreverme a otra cosa, te muestro el resplandor del río, la calle con adoquines irregulares por la que caminan sin hablarse un hombre y una mujer a la caída de la tarde.



Publicado inicialmente en el n° 18/19 de la revista EL OJO MOCHO, primavera/verano 2004.

domingo, 11 de noviembre de 2012

ACERCA DE LITERAL


UNA TENAZ CONTROVERSIA

por Jorge Quiroga

La revista Literal quería asumir una estética que consistiera en un espacio de reflexión inquietante, se trataba de un ejercicio de lenguaje y la Literatura era el lugar donde el Lenguaje insistía. El tramado y el trámite de las palabras decían claro que si lo real era imposible, era cuestión de pensar la práctica de escribir, pero entendiendo a ese proceder como la necesidad de construir una escritura, una ficción que se pensara a sí misma.

Las fechas en las que aparece la revista hablan de su situación (Nº 1: noviembre de 1973, Nº 2/3: mayo de 1975, Nº 4/5: noviembre de 1977), pero en Literal mantuvimos una tenaz controversia con la época en la que nos tocó actuar. Literal negó de manera contundente las lecturas del imaginario de su tiempo. Cuestionó la visión realista/populista de entender a la Literatura como una noticia que mima lo real.

En Literal la pensamos como el ejercicio de un goce, de un placer solitario, no demandado, que se niega a verse transformado en misión. Porque la escritura era el desencadenamiento de la pasión del Lenguaje y por lo tanto del potencialidad de la palabra que no tiene que ver al con su función instrumental, sino con las cualidades poéticas polisémicas del lenguaje.

Entre los escritores argentinos se eligieron a Macedonio Fernández, a Jorge Luis Borges, a Oliverio Girondo, al polaco Witold Gombrowicz, porque ellos constituían una fuente y tradición del saber a través de sus textos múltiples, microscópicos y fundamentalmente equívocos.

Macedonio, mediante la ironía y su escritura, planteaba justamente que la sabiduría era ese evadirse a través del ensueño del vacío. Ese no saber que se convierte en el reconocimiento de otra cosa, como si esa reincidencia consistiera siempre en un desvío.

En los 'Documentos Literal' y en la 'flexión Literal' simulábamos descreídamente una Teoría de la Literatura, donde 'flexión literal' era 'ese movimiento que une al sujeto con la cultura, al cuerpo con el lenguaje, en una conformación metafórica que tiene en lo poético yen la oscilación su virtud de evocación'.

La interpretación que redistribuye y redimensiona, la critica feroz acerca de las ilusiones referenciales, le servían a Literal para ir montando su poética particular en la que la Intriga le permitía leer en los enigmas de la sexualidad y el erotismo, las relaciones con el deseo y el estilo.

Los textos literarios que registraban las páginas de Literal eran textos narrativos-poéticos de carácter abismal, decían de la posibilidad del establecimiento de la Literatura Otra. Circulaban en un movimiento donde el exceso y la aparición del inconciente, resonaba en los lugares cambiantes. Fuera del verosímil de esos años, cuyos sostenedores acusaron a Literal de mistificación, empleando así una ceguera previsible.

Integraban Literal: Número 1: Germán Leopoldo García, Luis Gusman, Osvaldo Lamborghini y Lorenzo Quinteros. Número 2/3: Germán Leopoldo García, Luis Gusmán, Osvaldo Lamborghini, Jorge Quiroga. Número 4/5, dirección: Germán Leopoldo García.

El centro de Literal fue Germán Leopoldo García. Su intervención, dinamismo y resolución explica la existencia de la revista.



Publicado inicialmente en el n° 5 de la revista EL OJO MOCHO, primavera de 1994.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

VIOLENCIA Y DESESPERACIÓN


A propósito de El Fiord, de Osvaldo Lamborghini

por Jorge Quiroga

El Fiord es un texto exasperado, escrito mediante la intercalación de fragmentos superpuestos de lenguaje que forman una especie de paisaje irreal, donde las palabras se juntan en un circuito que se autorrefiere constantemente. La imagen del Fiord irrumpe como la aparición visual que trae luminosidad intermitente a una serie de secuencias grotescas, cuya principal característica es encerrarse y mezclar elementos, los que pueden ser dichos a través de figuras sometidas a una distorsión caricaturesca.

Hay una voluntad terrorista de lenguaje, una provocación que se cumple con el desencadenamiento de imágenes arbitrarias, y su consecuencia es fragmentar el relato hasta volverlo inconcluso.

Existe una historia, donde la política, el sexo y la perversión, las siglas fácilmente verificables, no llegan a encubrir el verdadero hermetismo del texto.

La violencia traspasa ese relato, irrumpiendo como una especie de fascinación y colocándose en primer plano de la narración, que en última instancia narra el desgarramiento privado de un sujeto feroz, dividido tenazmente en su dispersión.

Orgía, falsificaciones, para decir, en el exceso, ciertas ceremonias de iniciación doblegadas en el nacimiento de lo sangriento. La política remedada en lo narrado, y el lenguaje incorporando retazos de las jergas, de los cuerpos y acciones despedazadas. En fin, brillos falsos, ese espacio de la orgía alegórica es clandestino, subterráneo, ilusorio, mero lenguaje desencadenado.

El Fiord, con su escritura de la destrucción, al proponer esas voces ásperas quiere enmascarar cualquier desfallecimiento, y por vía inversa, en medio de surgimientos abruptos, narra la historia de un sujeto que ya está perdido en un laberinto de miedo.

El relato, aparentemente circular, comienza en el pujo del parto, entra de lleno en las violaciones de la orgía, separa e incluye al ideólogo, fluye arltianamente en la traición humillante, se remansa en la imagen del Fiord que pasa por una violencia como constancia. Narra la muerte de la autoridad que es servida en el banquete antropofágico y termina emblemática y burlonamente, entre las esporádicas iluminaciones de las consignas políticas: “No Seremos Nunca Carne Bolchevique, Dios Patria Hogar", "Dos tres Vietnam", “Perón es Revolución", "Solidaridad Activa con Las Guerrillas", "Por un Amplio Frente Propaz”.

El "neofascismo" real de Osvaldo Lamborghini se rinde a las tensiones como síntoma, todo está contado, podría pasar por el lenguaje desmesurado de un loco que narra su transgresión a trasmano donde los cuerpos sexuales triturados abren espacios imaginarios sin clausura.

Hablan de poses aristocráticas; sólo puedo ver angustia y desesperación en este texto del Fiord, escrito rabiosamente, con aliento vanguardista, y un desolador desapego que termina en la negación.




Publicado inicialmente en el n° 5 de la revista EL OJO MOCHO, otoño 1994.

jueves, 16 de febrero de 2012

Literal, una irrupción en la literatura argentina

Entrevista de Juan Mendoza a Jorge Quiroga, Buenos Aires, octubre de 2009

– ¿Cómo surge Literal?
– Literal es una irrupción en la literatura argentina. O sea, aparece de una manera abrupta digamos. Era y no era esperada, una cosa así. O sea que es original. Creo que todo eso no viene de la nada. No es que aparezca porque sí, como una aparición. Sino que es producto de una literatura anterior y todos sabemos que uno de los precedentes es Nanina de Germán García. Nanina es una suerte de autobiografía, una especie de literatura de vagabundos. Ahí están Miller y todas esas cosas que Germán García leía de jovencito, todo eso está como mezclado para armar una cosa muy original y muy propia. Los tipos que influyeron en Literal fueron Gombrowicz, Macedonio, Girondo, Arlt un poco (sobre todo en Lamborghini que lo mencionaba algunas veces).
– Pero Arlt no aparece referido directamente en la revista…
– Arlt no aparece en la revista pero aparece en las conversaciones del grupo. Hubo un debate, en el que estaba Masotta, en el que “el negro” [Osvaldo Lamborghini] lo trajo a colación 1. Yo no creo que Arlt estuviera incluido en la revista. Pero hay una charla en la que Lamborghini habla de Arlt y creo que la figura de Arlt está como incorporada a él. No está incorporado en Literal pero yo soy arltiano, Germán menos, pero se lo puede tomar.
– Y entonces aparece Literal...
– Y se produce, se va dando, un tono particular, digamos un estilo. Un tono de la escritura que es bien reconocible. Los textos se asemejan. No es que sean idénticos, tienen su particularidad, pero tienen un tono que los singulariza. Y esos textos y esa exposición de la escritura literaria, vienen de una tradición de ruptura. Vienen de un recorrido que tiene que ver con una posición crítica con respecto a la literatura. Justamente aparece la idea de escritura. Y no es exactamente que venga de Barthes, eso es más una reelaboración que se hizo después. Nosotros teníamos bien claro que era una escritura literaria. O sea, esto lo podemos tomar como una reescritura, como un ready-made: ponemos esto “acá” y “esto” es literario. Porque es una operación por la cual se transforma un texto cualquiera en literario. Hay como un manejo, una operación me parece. “Yo lo voy a poner ‘acá’”: el discurso de un psicótico, de un loco, de quien sea, yo lo tomo, lo coloco, como el ready-made de Duchamp, y lo transformo en literatura. Eso es lo que pienso un poco ahora, no es que nosotros entonces pensábamos exactamente eso. Y entonces está bien claro que hay una forma, una modalidad muy propia de esos textos. Y está bien claro que en la revista se diferencian los textos teóricos y los textos de expresión literaria. Hay una división bien clara y un límite entre una cosa y la otra y sin embargo se juntan, se tienden a juntar, se tienden a contaminar los dos discursos entre sí. Por eso alguna gente se ponía tan nerviosa, porque había algunos textos que no se sabía muy bien qué eran. Se contaminaban los dos polos en los cuales se basaba la cosa. Y esos dos lugares son como territorios, como sitios, como enclaves en los cuales se colocarían las situaciones. Ante algunos textos que uno va releyendo, yo creo que hay una generación literaria que se podría denominar “generación Literal”. La hay en ese momento, en ese momento heroico de Literal; y la hay también después, como consecuencia. A lo mejor mucho tiempo después, o relativamente algún tiempo después, hay tipos que escriben pensando en Literal, que escriben teniendo en cuenta esa experiencia. Haciendo a lo mejor otra cosa o parecida, pero teniendo como referencia a Literal.

El peronismo. El antipopulismo.

– Ya sea por adhesión o por oposición: ¿Qué cosas marcarían a aquella “generación Literal”?
– Hay un artículo en El ojo mocho en el que yo hablaba de un “diálogo tenaz con la época”, una especie de controversia, una discusión con la época. Nos ubicábamos en nuestra época y nos poníamos a discutir con ella. No era lo que pasaba de un modo preponderante, sino que era un poco lo que nosotros pensábamos sobre ella. ¿Qué era lo que entonces se discutía? Como todos sabemos “el populismo” era una cosa muy vigente, no solamente en la ideología de los militantes, sino que estaba en el aire: en el periodismo, en el cine, en la vida cotidiana había una respiración populista. Un poco “discepolianamente” nosotros, porque eso estaba, nos poníamos en contra.
Claro, uno hoy dice populismo y no es que se tenga claro de qué se habla. Nuestra oposición era contra el populismo de esa época, de ese momento, y de ese lugar. Porque por un lado había una suerte de populismo de procedencia nacional y otro que venía de otros lados. Ese populismo a nosotros nos irritaba. Nos movía a discutir. A pesar de que era inevitable compartir fragmentos populistas porque estábamos ahí. Uno no puede ser absolutamente inmune a lo que está pasando.
– ¿Sería algo así como una “tendencia generalizada”, sólo identificable en el orden de los discursos? ¿O se podría pensar también en una “Biblioteca Populista”?
– Y, es muy difícil pensar una biblioteca populista, tendría que revisar. Soriano podría ser. El boom, nosotros estábamos absolutamente en contra: éramos el anti-boom. La literatura latinoamericana y todo eso era una cosa que nos abrumaba, nos parecía que era una cosa que no pegaba con la Argentina y con lo que estábamos viviendo. Contra elboom seguro. Después contra el cuento, el realismo. Inclusive dentro del realismo había escritores como Walsh, que estaban con eso de la “literatura testimonial” y todo eso, pero sin embargo a él lo respetábamos y él nos respetaba. O sea, nos dábamos cuenta de que ahí había algo más. Lo mismo con Miguel Briante. A Briante creo que incluso le publicamos una nota. O sea que no era que estábamos absolutamente en contra de todo, sino de lo más predominante y vulgar.
Y eso parecía que iba acompañado de lo político. Esto ocurrió en todas las artes, en la vida cotidiana, en todos los lugares. Se politizaba todo. Todo era política. Todo estaba bajo el espectro de la politización. Esa era la cosmovisión que regía todo, era esto de lo político tiñendo todo. Eso también implicaba al populismo. Y otra cosa que era dominante era la idea periodística de la literatura y de la realidad. Había una especie de periodismo queriendo opinar (ahora también hay algo de eso), queriendo decir la verdad. Si algo era periodístico estaba refrendado, y nosotros lo atacábamos. Todo esto coincide con los años más convulsivos de la Argentina. O sea, la Argentina era una cosa muy complicada en la década del 70. De Onganía en adelante fue una época muy convulsiva: mucha lucha social, mucho conflicto, mucho movimiento político y ahí, en el medio del ojo de la tormenta aparece Literal. No es por casualidad que aparece ahí. No veo a Literal apareciendo en un momento de paz. Tiene que haber sido en una época de conflictividad social, de conflicto, y de discusión y de replanteos. Me parece que Literal pega con ese momento. Era la resistencia a las dictaduras, “El Cordobazo” como símbolo de una rebelión, era “el retorno de Perón”. Todo eso crea un clima muy especial que propicia el surgimiento de una cosa como Literal. Y Literal aparece ahí como una suerte de “antídoto”. Antídodo irrisorio, porque nosotros ¿a quién íbamos a conmover con esa revista? La pasión de Germán, el impulso de Germán nos arrastraba a todo esto. Y justamente aparece Literal en el momento del asalto al cielo con el “camporismo”, en el medio de ese despelote. O sea, todo eso era el ingrediente revulsivo de Literal al revés. O sea, Literal aparece de golpe. Y la época social también era de discusión de todo, y de replanteos y, tal como se decía, se estaba al borde de la aparición de otra cosa, se estaba a un paso de “el asalto al cielo” y qué sé yo. Eso era algo contundente. Y la contundencia de Literal era negar eso al revés, o sea, con la misma fuerza, pero no para afirmar eso sino para que se cuestionara esa situación.
– ¿De allí entonces que por momentos Literal aparece como una línea de fuga de la época, pero por otros, en cambio, aparece como un nudo que lo condensa todo?
– En general éramos críticos de la política, pero teníamos ciertas tendencias hacia determinado sector. Pero en determinadas circunstancias, yo me acuerdo muy bien, en el 73, Lamborghini, Germán y yo participamos en el diseño de la campaña de Cámpora. Yo militaba. Los grupos de juventud pidieron técnicos para hacer la campaña a Cámpora.
Había dos campañas: una que la hacían las 62 Organizaciones y otra que la hacía la Juventud. Y la Juventud juntaba técnicos para hacer esa campaña. Entonces yo lo llamé a Germán porque él en ese tiempo era redactor publicitario. Y entonces se coló “el negro”, que estaba ambiguamente. Él era bastante ortodoxo, pero se pegó. Era muy apegado a Germán y se enganchó. Después se quería ir a la otra campaña. Yo le dije que lo había invitado a Germán, y le dije que si quería se podía ir. Pero él, así como Leónidas, era un peronista clásico. Y bueno, en la práctica todos, o casi todos, estuvimos más cerca de esa tendencia que lejos de ella.
– O sea que Literal luego se va a enfrentar al populismo, pero en algún momento estuvo ahí, en el núcleo de todo eso…
– No sé si el enemigo, pero el adversario a quien estaba dirigida nuestra crítica era ese populismo que estaba encarnado en la tendencia más progresista del peronismo. Germán y yo teníamos una percepción de que ahí había algo mal contado, que eso iba a terminar mal, que estaba mal contado. Como que tomar todo al pie de la letra significaba un engaño. Había una cosa sentimentaloide, no reflexionada: ahí había una cosa que no iba. Entonces se daba en general una actitud crítica con la política tal como se estaba dando. Pero el campo en ese momento te ubicaba de un lado o del otro. Por más que vos quisieras ser marxiano no podías, tenías que estar metido en el barullo y tenías que hablar de López Rega, de Perón directamente, era inevitable… si no, no estabas acá. Si vos estabas acá tenías que hablar. Hablar no significaba adherir a todo a ciegas. La actitud de Literal era una actitud de complejizar, problematizar, burlarse. Hubo burlas hasta de Perón. En un momento a Perón en Literal se lo llama “el portagrama”. Había una jugada que iba en relación con las reglas de juego de lo que estaba ocurriendo pero había una hiper-conciencia de todo lo que sucedía.
Todo esto se pierde hoy. Se toman caminos demasiados simples. Ya no se complejiza aquella situación. Se toma lo negro o lo blanco y lo “otro” se pierde. Y eso “otro” es lo más rico, estar y no estar, una de las actitudes más conscientes de aquella época. Yo creo que la intención era burlarse, complejizar o discutir el populismo. Pero nunca se dio una cosa anti nada: anti-marxista ni anti nada.

El psicoanálisis

– Y en ese marco aparece el psicoanálisis…
– Estaba apareciendo el discurso psicoanalítico y el discurso psicoanalítico se incorpora en la escritura de la revista y en algunos momentos parece que fuera más una revista de psicoanálisis que de escritura. De pronto nos avivábamos y entonces volvíamos un poco para atrás. Germán y Gusmán estaban muy entusiasmados con Lacan. En el último número, que es ya el número más psicoanalítico, yo ya no estaba porque me había ido al exilio y con Lamborghini se habían peleado, así que el último número lo hizo Germán. Germán se metió mucho con el psicoanálisis. Y nos parecía bien. Literal tuvo muchos enemigos a raíz de esto. Había gente que decía: “no se entiende nada”, “esto es demasiado teórico”, “se hacen los sabios”. Y eso estaba acompañado por un discurso que señalaba que se estaba simulando. Y que era falso.
– ¿Se trataba de algo teatral, podría decirse?
– Lamborghini actuaba de él mismo por ejemplo. Y después se daba vuelta. Y se metía en unos berenjenales existenciales terribles, porque estaba loco. Por ejemplo: de la locura de “el negro” nos dimos cuenta desde el principio. Sobre todo Germán y después todos los demás. Se veía que algo pasaba ahí. Un individuo desesperado y psicótico. Eso no le quita ni le agrega nada. Eso. Es lo que ocurrió. Se podría decir que era un equis equis. O se puede decir que su confusión ideológica y política es parte de un Lamborghini troskizante, hiper-consciente de todo y qué sé yo; pero me parece que no, que no es así.
– Pero Literal luego va a ser cuestionada precisamente por esa impronta psicoanalítica…
– Germán lo dice en un momento determinado: que el psicoanálisis no se usa en Literal como un metalenguaje. Nosotros no queríamos explicar nada sino que lo dejábamos pasar. Nos parecía pertinente porque el psicoanálisis traía una seria discusión sobre las cosas y que era tan importante como la literatura ahí adentro.
Y otra crítica que se le hace a Literal es que no se la entendía. Yo me acuerdo de una librería de la Facultad de Filosofía y Letras, yo llevo la revista y entonces me dicen: “ya llegó esa revista que no se entiende nada”. O sea, los populistas, en general la gente, la tomaba como si fuera una revista ininteligible apropósito. Y a lo mejor no era eso, a lo mejor lo que se intentaba era tratar temas complejos, tratar temas profundos. Y esa era la manera. Claro, desde la óptica del realismo todo tenía que ser algo sencillo, comunicable. A nosotros no nos disgustaba que fuera ininteligible. No nos parecía una rémora que fuera ilegible. A ellos sí, pero a nosotros no.

Zelarayán, Germán García, Luis Gusmán…

– Había integrantes de la revista que formalmente aparecían y gente que daba vueltas. Uno de los más importantes era Zelarayán. Zelarayán había sido el iniciador de algunos temas de la literatura en algunos de nosotros. Él nos llevaba como veinte años o más. Él nos leía a los surrealistas, Nadja de Breton, leía poemas, y nos introdujo, sobre todo a Germán, en Macedonio Fernández. Le admirábamos no solamente las cosas que pensaba o decía sino cómo escribía. Él cuenta una historia de por qué no estuvo en Literal, que es intrigante. Él dice que Lamborghini lo citó para hacer una alianza y desbancar a Germán. Eso dice él. Yo creo que no es así. Lo que ocurrió es que la revista se hizo y que por celos o no sé por qué él no la integró. Él dice que no integró la revista porque no quiso participar de la intriga de Lamborghini para hacerle una perestroika a Germán. Eso es lo que dice Zelarayán. A mí no me consta. A mí me parece que no es así. La revista salió y él, por esto de ser más grande o qué sé, en el reparto de la cosa no entró. A lo mejor si hubiese querido hubiese estado. Eso es lo que yo interpreto, pero no sé lo que es verdad. Por otro lado esto también era una cosa más generacional digamos.
Después había otros muchachos, Marcelo Guerra, Eduardo Miños, que paraban en el bar La Paz, Susana Constante y qué sé yo, que aparecían en la revista. Eran textos de gente que nos parecía interesante y bueno, aparecían en la revista. Había algunos como Libertella también. Libertella era de afuera de la revista pero admirador de la revista; y colaborador… no quiere decir que las cosas que pensaba Libertella fueran las cosas que pensaba Literal pero había un cruce. Había gente más central y otra que era periférica dando vueltas, o sea que el número de personas es más extenso del que figura en la revista.
La idea que recorrió y cruzó la revista fue el tema de la vanguardia. Había algunos que querían meterse en ese tema. Había otros a los que en cambio les parecía que no había que hacer eso, entre ellos Germán. Libertella defiende la programática de la vanguardia. Yo tampoco pienso que la lectura de la vanguardia debía ser la nuestra. Aunque, viendo con posterioridad las vanguardias estéticas se dan en otros ámbitos como el cine, la plástica, etc.; en los 70 rompe el Di Tella por ejemplo. Pero a mí me parecía que había que preservar un espacio propio. Pero había discusiones sobre ese tema.
En un momento empezaron a llamar a Literal “los marginales”. En eso sí estábamos de acuerdo que no. Eso nos inmovilizaba, nos ponía en una situación casi populista digamos; y con eso no queríamos saber nada. Entonces, como en el caso de algunos escritores del 20 y del 30, como Arlt o Tuñón, hacíamos la vanguardia “a pesar de”. Ahora se puede hacer una lectura que nos vincula a la vanguardia pero esa es una lectura que apareció después. Es como si no hubiésemos asumido la posición de la vanguardia, pero como si la ruptura estética nos ubicó en ese lugar. Pero no es que nosotros lo hacíamos propósitamente, sino que esa es una lectura posible después de mucho tiempo.
– Usted hace un rato hablaba de líneas de continuidad de Literal
– Creo que Literal tuvo consecuencias literarias en aquel momento y en algunas escrituras hasta hoy me parece a mí. Hoy es como que está en el aire. Yo lo que creo es que Literal creó un microclima literario, es una invención, inventó una atmósfera, una discusión, una polémica, y en ese sentido si no hubiese existido Literal algo hubiese faltado.

Por lectura

– Ahí hubo algunos que planteamos esto de la literatura como un lugar de autonomía, algo que quiere su especificidad: ¿qué es la literatura? Literal tuvo un modo de leer dentro de la literatura argentina. Sin recursos, sin grandes aparatos teóricos y qué sé yo, propuso lecturas sobre Gombrowicz (el caso de Macedonio es otro tema porque ahí hay otro tipo de abordaje desde la teoría por parte de Germán), pero el caso de Gombrowicz es por gusto, por intuición, por lectura. Por lectura… después vinieron los análisis. Pero la elección de Gombrowicz y de Girondo es temática y de clima. ¿Qué me preguntabas hoy?
– Sobre algunas de las posibles líneas de continuidad…
– La relación del contenidismo con el populismo era un bricolaje. Y la continuidad deLiteral en el presente se da en relación con los intersticios. Cuando salió la compilación de Libertella con algunos textos de Literal se armó una presentación en la facultad de Filosofía y Letras. En la mesa estábamos Germán, Lorenzo Quinteros y yo. Y Lorenzo decía: “Yo soy actor. Yo estuve ahí porque era amigo de Germán”. ¡Y todos estábamos ahí por ser amigos de Germán! El asunto era ser amigo de Germán. Uno era más o menos amigo. “El negro” era amigo/enemigo. Pero estuvo porque era amigo de Germán. Si no hubiese sido amigo de Germán, no hubiese estado; y si no se le hubiese ocurrido a él meterlo, no hubiese estado. Y Gusmán también era amigo de Germán. Y yo era amigo de Germán. Germán aparece a los 17 años en Buenos Aires en ciertos barrios suburbanos, en la casa de un dentista y qué sé yo, en Lanús, en juergas y charlas culturales. Él se había escapado de la casa y entonces estaba sin lugar donde parar. Entonces yo y otro grupo de amigos le bancamos mil noches para tener un lugar donde dormir; ayudando a conseguir una pensión en Constitución y cosas por el estilo. En ese tiempo estábamos todo el día en los bares o en la calle. En la mañana, a la tarde, a la noche. Era todo muy bohemio. Y a Germán lo conozco de ahí. Después viajo a Junín a conocer a la familia y después él viene para acá y ya se instala. Esto debe ser de la época de Onganía, el 66 o una cosa por el estilo. Y en ese tiempo él empieza a hacer Nanina. Yo tenía un amigo, Fernando De Giovanni, que se había casado y había alquilado en Palermo Viejo una casa y ahí parábamos todos. La casa del matrimonio era una casa de toda la barra. Y Germán en ese lugar terminó NaninaNanina, como escritura, la terminó ahí. En eso era como Roberto Arlt: él te leía, corregía, te leía; la leía en grupos, a ver qué pensaba. La escribía él, pero todos opinábamos. En la calle Corrientes, en una pensión que estaba al lado de La Giralda, él debe haber escrito también alguna parte. Yo me acuerdo muy bien que mi hermano se la pasó a máquina2. Yo aparezco en un momento de la novela. Cuando dice Quiroga se refiere a mi hermano. Yo aparezco en un momento, cuando hay un personaje que aparece rompiendo el dinero. No sé con qué me cargaron que no me gustó y entonces yo aparezco diciendo que no me jodan, que si no rompo la guita.
– ¿Y a Luis Gusmán cómo lo conoce?
– A Gusmán lo conozco desde la escuela secundaria. Él estaba un año anterior, un año atrasado. Pero no era para nada escritor. Ahí el escritor de la escuela, el que hacía poemas por los cuarenta años de la escuela y qué sé yo era Fernando De Giovanni. Y yo no existía como escritor; y “el flaco” tampoco. Seguramente Gusmán habrá querido ser escritor. Pero comenzó a ser reconocido como escritor en la época de Literal, o un poco antes digamos. Pero en la época de la escuela secundaria no. Siempre melancólico, calladito. Y ahora sigue igual.

Las revistas. Las polémicas.

– Hay polémicas que ya resuenan cada vez que se habla de Literal; aquella del último número: “La historia no es todo”, por ejemplo…
– La polémica con Andrés Avellaneda en la revista Todo es historia, tiene que ver porque Avellaneda se transformó en una suerte de portavoz de un periodismo literario realista o populista. Ocupó ese rol. Podría haber ocupado otro rol. La polémica viene porque hubo críticas populistas de Avellaneda a libros de Gusmán y Lamborghini, y de Germán también; y entonces se le respondió. Me parece que esa fue la polémica. La revista Todo es historia tenía una función como de las revistas que salen ahora y que resumen las actividades del año: en cine qué pasó, en literatura qué pasó. Y Avellaneda hizo una nota con ese tenor y se le respondió.
– ¿Y la relación con otras revistas? Con Los Libros, por ejemplo…
– La revista Los Libros yo creo que no tiene que ver con Literal. Digamos, habría que profundizar, leerla de nuevo y ver qué es lo que pasa. Porque se la opone a Literal pero habría que hacer el trabajo de ver por qué hay relaciones, etc. El que había estado en Los Libros había sido Germán. Los Libros no tenía que ver con la ideología de Literal, y tenía una estructura diferente. Los Libros tenía una estructura organizativa, más política, más burocrática, tipo redacción. Literal no tenía nada que ver con eso. En ese sentido se distancian bastante. Ellos discutían líneas internas pro-chinas o no pro-chinas, cosas que en Literal… ni se nos hubiese ocurrido meter ese tipo de polémicas ideológicas o líneas internas dentro de la revista. Había grupos, había discusiones. Pero a Literal no la rozaron. Lo que pasa es que como Literal tiene una visión sobre la época que es literaria y cultural, habría que ver cuál es la que transmitió Los Libros. Yo creo que ellos estaban afuera de la órbita de Literal. Pero tampoco ellos eran populistas, no. No, porque ellos eran intelectuales: Schmucler y otros eran intelectuales muy reconocidos. En el caso de Literal éramos “los lúmpenes”, lo que no significa que tuviéramos una estética lumpen. Pero lo de Los Libros habría que verlo bien.
Bueno, y el exilio y las peleas personales marcaron un poco el final de esta historia.

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[1] Una mesa redonda realizada en julio de 1974 en el “taller de los hermanos Cedrón” y en la que se presentó la revista del Grupo Cero. A propósito se recomienda Masotta, Oscar (1996). “Futuro anterior”, Anamorfosis. Perspectivas en psicoanálisis, 4: 13-3.

[2] Roberto Quiroga.