domingo, 9 de diciembre de 2012

CRISIS Y LITERATURA


por Jorge Quiroga


La idea de Crisis sirvió para pensar el sentido de nuestra literatura. En sus diversas variantes fue entendida como ruptura, corte, situación de peligro y, a la vez, como posible advenimiento de nuevas significaciones, de formas que debían ser pensadas en lo múltiple, en una especie de nudo, donde se reunirían ciertas contradicciones y asechanzas, aquellas que ayudarían a darle especial sentido a tal o cual situación.

En principio se puede afirmar que la crisis del 60-70 fue de carácter general, sobre todo socioeconómico. Esa temática fue central y constituyó una particular clave, abarcativa y sinuosa, con la que los hombres de esas décadas intentaron explicar el momento que se vivía. La tarea y el debate en torno a aquellos años no están sino en proceso y sólo disponemos de versiones. La historia de ese período nos llega de una manera mítica y las verdades que allí se expresan suenan como dichas por voces apagadas, que no permiten reconstruir el relato de lo ocurrido. Parece que necesitáramos realizar un esfuerzo colectivo de elaboración, el que paradojalmente nunca llega a cumplirse del todo, como si hiciera falta referirse constantemente a ese fragmento de tiempo, pero sin llegar a una comprensión definitiva.

Quizás esto sea así porque no puede pensarse esa época sino como 'algo ya historizado, cuya significación es un problema difícil de relacionar respecto a las circunstancias actuales. Es preciso ubicar los hechos en su contexto, el que se da en una atmósfera política cercana en la Historia y lejana en la vida de cada uno, sobre todo si se fue contemporáneo de los acontecimientos críticos que se sucedieron y que es difícil no ver con perplejidad. El tiempo recubrió esos hechos, de tal manera que es preciso pensarlos, como si estuvieran constituidos por imágenes perdidas o imposibles.

La continua apelación a las crisis es un rasgo que persiste en nuestros días, a veces encubriendo sólo justificaciones. Lo que ocurre, es que en verdad esta idea ha servido como criterio de explicación acerca de lo moderno. Permite ubicar tanto a las rupturas como a las que no lo son y quizás es difícil alejarse, por lo extensivo de su alcance, de la fascinación y el empuje que contiene.

A veces su utilización fue meramente provisoria, política se podría decir, y tanto ambigua como amplia. En ese sentido fue repetidamente usada para tratar de entender demasiadas cosas. Pero lo que se puede argumentar en su defensa es que, aplicada con rigor obliga a pensar en una determinada dirección y con intensa profundidad. Por eso, cuando la crisis pone en consideración la problemática de ciertas señales socio-políticas emergentes lleva implícito el análisis de modalidades, en las que se configuran preguntas y respuestas sociales, que fueron tal vez incubadas en el proceso anterior, pero que toman expresiones concretas en el marco social.

Hay evidentemente en una situación de crisis caminos que convergen y entrecruzamientos. Lo que ocurre es que cuando se da una determinada presencia de la crisis las ideas suelen ponerse entre paréntesis y una primera aproximación es tratar de ponderar si se trata de una crisis nueva o es el inicio de una crisis estructural de largo alcance. Además, para el caso de nuestro país, la recurrencia, el carácter cíclico de las crisis, se constituye en un elemento importante que no es posible soslayar.

En las décadas de 1960-1970 la crisis era percibida como muy grave y con características terminales, esto fue visto así, sobre todo, por los que cuestionaban gobiernos que se sucedían y que estaban basados en variantes de dictaduras militares o regímenes civiles de escasa representatividad, que accedían al gobierno mediante la proscripción de la mayoría del pueblo. No se discutía el hecho de que la crisis podría ser coyuntural o transitoria, se la veía como profunda e inevitable en sus alcances. Es cierto que la capacidad de explicación de la idea de crisis estaba menguada debido al uso abusivo de su aplicación, tornándose así un comodín que quería caracterizar tanto, y de forma tan general, que terminaba diluyendo a veces lo que quería explicar.

El conflicto social estaba a la orden del día y sus efectos eran contundentes y obligaba a cualquiera que quisiera actuar a tener que pensarlo en un esquema que lo contuviera. El concepto de crisis estaba disponible para tratar de entender lo que estaba ocurriendo desde el punto de vista socio-político. En la actualidad es evidente que su utilización fue desmedida, pero no se la comprendió así en ese momento, y la respuesta que dio el orden establecido a la situación, indica que desde allí se la percibía como muy peligrosa. Lo cierto es que en uno y en otro campo, la crisis anunciaba fenómenos muy difíciles. Conflicto y crisis se identificaban.

Se puede decir que ella fue vista como motivada por las circunstancias socio-políticas del país, producto de condiciones que se particularizaban en riesgos bien específicos, pero además había una realidad internacional confluyente y en Latinoamérica se vivían acontecimientos similares.

Insistentemente se ha teorizado sobre el carácter cíclico de las crisis económicas del sistema capitalista, los análisis llevan al desafío de pensar su derrumbe. Durante el 60/70 esto tenía repercusiones políticas cuyos efectos parecían recubrir todos los espacios.

Muchas cosas insinuaban que los sectores dominantes habían perdido el rumbo, por eso los grupos más politizados interpretaban como posible un cambio de régimen. Era como si todo hubiera tocado fondo. Emergían grupos activos que cuestionaban el orden político.

Una forma de analizar estos fenómenos es pensar que los acontecimientos tenían que ver con una lucha interna en el seno de la élite, pero la participación de amplios sectores sociales, desmiente esta hipótesis o la relativiza. De cualquier modo, podía preverse el fin trágico de los acontecimientos que se precipitaron. Todo se obviaba en nombre de una irrupción alternativa de cambio social.

La participación derrumbaba esquemas y requería de nuevas respuestas. Había equívocos que no eran enteramente asumidos y verdades que se planteaban como indiscutibles –lo que hizo que algunos hechos fueran leídos con simplicidad. No se trataba de actos de voluntad en el vacío, había un contexto que los explicaba. Se reivindicaba el haberse decido a intervenir y que la conciencia buscara modificar la realidad.

Se vivía un momento de punto cero, era el posible advenimiento de nuevos valores y el principio de un nuevo espectro político. Hubo entonces una especie de delegación, que tuvo una enorme importancia en el desarrollo de lo que se fue sucediendo. Gracias a esto los grupos juveniles politizados se integraron a un compromiso activo, que poco a poco se fue convirtiendo en algo riesgoso. Las figuras del militante, el héroe y el aventurero iban juntos en el imaginario de la época, la del revolucionario era la imagen más contundente, pero todas se explican en referencia a la coyuntura.

Los conflictos se acumulaban y su presencia demandaba la aparición de sujetos que pudieran intervenir en los procesos que la crisis hacía emerger. El peligro construía historias cotidianas. Hubo un momento en el que fue clara la aceleración de los tiempos históricos. El fenómeno era contagioso y avasallador, lo que se vivía no permitía demasiada reflexión. No había muchas alternativas y todo pasaba por la ruptura y el desenlace impensable. Aunque las cuestiones que se planteaban fueran de vida o muerte, no se lo percibía de ese modo. Las contradicciones fueron aumentando hasta llegar al punto nodal de 1973. La opción era Dictadura o Liberación. Había que obtener nuevos espacios políticos. Las sorpresas que alimentaban los hechos históricos emergentes eran señales que daban indicios de la crisis. Esta última obedecía no sólo a circunstancias coyunturales, sino también a cierta mirada que cargaba de sentido los hechos de la cotidianeidad reclamando nuevos sujetos que pudieran responder a las encrucijadas.

El peronismo de esos años, signa la etapa del país que comprende los 60/70, tanto en el tiempo que está proscripto como cuando efímeramente vuelve a gobernar (73 al 76), momento en el que se intensifican sus contradicciones internas, llevando así a la agudización de los conflictos latentes en la sociedad. Este "hecho maldito" de la política argentina, como lo era entonces, demostraba con su presencia la fuerza del potencial transformador posible, que algunos vislumbraban. Se daban para ello ciertos ingredientes que no pasaban desapercibidos, sobre todo para aquellos que defendían un orden, y un modo sui generis de resolver los entredichos sociales. Existía una situación social de persecuciones irritantes que denunciaba el hecho de que no había ningún campo común donde procesar diferencias. Las clases que dominaban en la sociedad argentina, no habían encontrado la manera de que ese movimiento policlasista, como se definía a sí mismo, tuviera su lugar nítidamente establecido en la cadena y en el ámbito de la política.

Muchos jóvenes comenzaron a activar en su seno. Pensaban que hacerla les daba infinitas posibilidades, o por lo menos era una oportunidad muy concreta de llevar adelante acciones y planteas que les permitieran operar en la estructura política del poder real, específico, y que la acción militante tenía como meta ese espectro de propuestas que los grupos más entusiastas veían como la aparición de un conjunto de factores, que casi se pensaban como ideas guía y que derivaban del propio peso de los acontecimientos sociales y de la interpretación de lo histórico. Esos relatos sociales se difundieron muy rápidamente por los sitios donde circulaba la joven generación y nivelaron perspectivas e historias disímiles en un único esfuerzo transformador. Claro que no todo el mundo pensaba así, y las controversias enseguida se hicieron presentes.

Como dijimos, lo primero que habría que hacer es tratar de decir algo sobre la crisis social. Ella recorre significativamente las páginas de los ensayistas político-sociales formando un enmarque constante y repetido, compuesto de convicciones insoslayables, con las cuales habría que pensar la problemática de la época. La crisis era también de índole cultural, en el sentido de que pone en cuestión los valores tradicionales formadores del país. El proyecto liberal fue severamente negado al fundar sus cimientos sepultando otra Argentina más real. La crisis se expresaba sobre todo en una dificultad económica muy acuciante. Se notaba en la vida de inmensas capas populares que por medio de la huelga, de los planes de lucha y de la acción reivindicatoria, anunciaban el hecho de que era cosa de la naturaleza misma de los protagonistas de la lucha social.

Pero decir que la crisis era fundamentalmente cultural, significa decir que la crítica se basaba en el planteo de levantar una cultura de diferente signo. Ella estaba instalada en representaciones muy hondas, se la hacía depender de vínculos históricos originales. No era entonces solamente que hubiera dos culturas en pugna, sino que había implícitamente involucradas, al plantear esta cuestión, dos concepciones del país. Como si esas dos líneas colisionaran en todos los espacios de acción y además se manifestaran en la órbita de la cultura. La confrontación consistía en esta manera de develar la crisis.

La "modernización veloz y discontinua del país", acumulación acelerada de "los fermentos de movimientos económicos y políticos" (expansión de la clase media y de la clase obrera, revolución industrial, derrumbe de los viejos valores)", provoca la aparición de un cuadro problemático. "El resultado es una plétora de crisis, de distribución, de legitimidad, de participación y hasta crisis institucionales"1 se resume en un cuestionamiento de la globalidad del dominio, de carácter político. La violencia es una resultante de la crisis, que agobia sin encontrar ni buscar una salida posible y porque esta situación es vivida existencialmente, no puede ser pensada en términos de crisis de poder interno, sino de confrontación conflictiva de dos proyectos claramente definidos y antagónicos. Es decir que la crisis era de carácter estructural motivada por los sentimientos provocados por la historia político-social del país, que en esas décadas condensaba años de desencuentro.

Para el caso argentino, la crisis no era meramente efímera. Abarca, por lo menos, casi todo el siglo XX y se concentra en los años 60/70, entre otras cosas, porque los valores puestos en cuestión, sobre todo los relacionados con la obediencia social, estaban seriamente en duda.

Para el período que nos interesa puede sugerirse, resumiendo, que la intelectualidad crítica entra en proceso de puesta en disponibilidad ideológica como consecuencia de la ruptura de sus "lealtades" anteriores. A la crisis de su identidad se sigue una "puesta en disponibilidad", dice Silvia Sigal 2 y creemos nosotros que esa encrucijada se resuelve en una elección determinada, producto de la lógica del antiperonismo, pasando por una crisis de identidad a posteriori de la dirección que le impone la crisis estructural del país, de la que ella forma parte.

Son las llamadas condiciones de la época, las que están determinando las opciones de esa "disponibilidad", que incluye a enormes contingentes de sectores juveniles de la clase obrera y media, que conformaron la base de sustentación de la acción de masas, y por lo tanto excede a los intelectuales típicos, para configurar la imagen del militante político, tan característico del 60/70.

La crisis socio-política es percibida como un momento crucial, un verdadero divisor de aguas; tiene profundas influencias en la conciencia política de esos vastos nucleamientos que se ven arrastrados a formular interrogaciones que los recoloquen, interpretando así originalmente hechos que explican las claves de la sociedad argentina contemporánea.

Sigue Silvia Sigal: "Sería abusivo inferir de la crisis ideológica abierta por el fin del gobierno peronista que la movilización política de los intelectuales y la aparente pérdida de autonomía cultural, años más tarde eran ineluctables (Se refiere a la crisis ideológica de los intelectuales después del 55, aunque habría que decir que en verdad se opera mas bien una especie de mutación de ideas). A las luchas estudiantiles del fin de la década, deberán sumarse los efectos de la Revolución Cubana, las transformaciones del campo intelectual, el desenvolvimiento de la crisis política argentina, el Cordobazo, y el aumento vertiginoso de la masa universitaria. Si es cierto que al principio de los sesenta, ese escenario estaba instalado, su evolución era solamente una posibilidad". Por lo tanto el conjunto de influencias que reciben estos jóvenes tienen que ver con motivaciones que tienen su origen en la forma en la que se procesaban los conflictos histórico-sociales en un contexto de quiebra del sistema económico-político que provocaba enormes turbulencias, al principio latentes y luego muy visibles.

Recordemos que la ''traición Frondizi" (firma de los contratos petroleros, el artículo veintiocho, el proyecto de ley sobre Enseñanza Libre, etc.) es el marco socio-político inmediato del post-peronismo (inaugurado por la autoproclamada revolución libertadora, con su secuela de represión e inicio de la crisis económica y de la reaparición de los liberales ortodoxos en los ministerios claves). Frondizi que había despertado ilusiones en sectores intelectuales de izquierda, y que accedió al poder gracias a un pacto con Perón, que le propició los votos (aunque millones continuaron siendo votos en blanco, señalando así la intransigencia de extensos sectores populares) defraudó a todo el mundo.

Se comenzó a hablar de "generación traicionada", la inmoralidad política era ostensible, el maquiavelismo del presidente un hecho muy claro, y el gobierno se vio envuelto en concesiones a los grupos militares que le efectuaron reiterados planteos. Lo principal para advertir es que comenzaron intensas luchas sociales reivindicatorias en los grupos obreros: de los petroleros, de los obreros de la carne del Lisandro de la Torre, los ferroviarios, etc., vividos por el gobierno como manifestaciones de huelgas revolucionarias, que por lo tanto eran reprimidos violentamente, iniciando una espiral de serias consecuencias.

Hace su aparición una generación que comienza a descreer de las intenciones de los "dueños del poder" y que experimenta, allí donde desarrolla su actividad: la fábrica, la escuela, la facultad; una vivencia política acuciante. Una ruptura generacional se está gestando y los acontecimientos se precipitan en un clima social enrarecido, sobre todo en el peronismo de aquellos años.

Se convive con los fenómenos antiimperialistas de la Revolución Cubana, y el rechazo a la invasión a Santo Domingo y esto está marcando su diferencia con el nacionalismo histórico peronista tradicional, por su carga de cuestionamiento total de la estructura de poder vigente. Cada vez es más evidente que Frondizi está sometido y se va convirtiendo en el brazo ejecutor de una política dictada por fuerzas conservadoras a las que se rinde dócilmente. Esa política no puede resolverse más que en mayor represión y medidas antipopulares "racionalizado ras". Se repite diariamente el uso de la fuerza, que demuestra sus alcances de manera explícita: "movilización" de los ferroviarios, violencia con los estudiantes secundarios y universitarios por el tema laica y libre, Plan Conintes.

En ese clima va apareciendo una literatura muy politizada. Cuando surge está muy cerca de la acción, que no la excede, pero sí que es un elemento constante; es preciso discutir cuál es el margen que se da, en un momento determinado, para evitar simplemente leerla como homología de lo real. Palabra sobre palabra, experiencia sobre experiencia, el afán de la literatura parecía consistir en la elaboración de imágenes y en la construcción de visiones que queden en la memoria.

Cuando el empeño de una fracción generacional es la ruptura (aquí estamos juntando dos órdenes: el social y el literario) o el cuestionamiento de toda forma que no sea una nueva manera de ver los fenómenos, se entra a un espacio de formulación de propuestas que es necesario repensar. El momento que inaugura el 60/70 es de una crítica intensa, incompleta. Y aunque atravesamos por circunstancias diferentes es necesario, aunque sea fragmentariamente, intentar acercarse a la Literatura y a los planteas estéticos de ese tiempo y a su clima irreverente. Mediante la estructuración, en algunos casos, de un lenguaje que niega sus propios fundamentos esa época dice sus imágenes, y quizás pueda ayudarnos a develar algunos enigmas actuales. Esto quiere decir que pensar acerca de la Literatura que se escribió en esos años, es de alguna forma ocuparnos de un trayecto que nos concierne, y nos invita a reflexionar en situaciones que nos interpelan íntimamente, aunque las imágenes que obtengamos sean provisorias.

Las preguntas que se hacía César Fernández Moreno: ¿Libertad o compromiso? ¿Acción o contemplación? ¿Observar o modificar? ¿Intelectuales o "idiotas" en el sentido griego de la palabra? ¿Cantores o hablantes en el sentido de Stevenson? ¿Poetizar o Politizar? Preguntas que se extendían ampliamente sumando cuestiones centrales a los problemas de la época. Si como decía también Fernández Moreno 1; (opción que consistía en el ejercicio de la Poesía como conocimiento de la realidad característica de la política) el propio juego de la situación así lo dictaba.

Las pasiones que marcaron los 60/70 en verdad habría que interpretarlas como cuestionamientos culturales que confluyeron entre sí para conformar propuestas, que en el caso de la Literatura, se conectaban con antecedentes y precursores que eran nuevamente leídos. La escritura que surgió en esos años, sobre todo cerca del 60, se pensó en algún momento sin maestros, pero se puede rastrear en cada obra individual o en la actividad de los grupos la huella que dejaron los predecesores, la mayoría escritores de la Literatura argentina, que eran atrayentes para ser rescritos. La totalidad de lo real, como emergencia que había que enfrentar e imperativamente pedía la resolución de sus contradicciones, constituía un motivo recurrente que politizaba la vida cotidiana. Pero además, la concepción de la Literatura misma estaba cuestionada como legado de las vanguardias estéticas históricas, muy cerca la postura de mediados de siglo que coincidía en la reivindicación y el rescate de escritores claves de la Literatura Argentina: Arlt, Macedonia, Olivari, Tuñón, etc.

Más cerca de los 70, la crisis seguía teniendo efectos políticos y otros que involucraban ideas sobre el arte y la literatura, y que fueron muy importantes para la concepción del lenguaje que era visto como fuente de problematización. En un libro de la época, refiriéndose a lo que ocurría en la cultura, en términos amplios se decía: "A lo largo de toda esta década he tenido la impresión de que estábamos en el corazón y acaso en el momento crucial de una crisis que nos reunía y al propio tiempo dividía en torno a una cuestión única. En el campo particular de la reflexión literaria, no se trata de otra cosa que de la crisis que conoce la cultura contemporánea: reposición en su lugar del concepto que el hombre moderno se hace de sí mismo, bajo la influencia de las ciencias humanas" 3.

Tal como lo plantea la cita, todo era pensado sobre el horizonte crítico de la cultura. Esto se daba también entre nosotros y cuando se consideraba lo literario se hablaba del lenguaje como problema, comenzando a configurarse un tema: La literatura era una cuestión de lenguaje. Había varias respuestas posibles, acerca de quien se escuchaba detrás de esa voz que hablaba allí, encontrar sus claves eran tareas de la crítica, que de esa forma tenía que tener una mirada que debía enhebrar los enigmas. Es decir identificar aquello que insistía, para que el proceso se reanudara indefinidamente porque en última instancia estábamos hablando de cuestiones de lenguaje.

Como ese "descubrimiento" era experimentado en el centro de una crisis (que correspondía a una versión en la cual el lenguaje era visto como un espacio indispensable donde las voces tuvieran su lugar) el análisis formaba parte principal de los recursos. Por lo tanto la literatura, en su ejercicio, llamaba a intervenir, asumiendo sus contradicciones. Se abría un campo con multiplicidad de sentidos.

El lenguaje aparece como un elemento que va ocupando la escena. Por lo que si bien puede hablarse de dos tiempos: el primero abordando una creciente politización y el segundo enfatizando la problemática del lenguaje, vistos en perspectiva terminan siendo una unidad. Por otro lado en las obras más significativas, narrativas o poéticas se superponen los dos tiempos, lo que hace que cobren una insistencia referencial, combinados en una búsqueda estética, en el intento de construir una poética posible.

Es que se trataba de inéditas manifestaciones políticas y culturales que cuestionaban los poderes tradicionales, las formas dominantes de ejercer el dominio y que procuraban el reemplazo de los valores vigentes. Era fácil caer, sobretodo al principio, en una mera politización justificatoria, sin embargo esto no quiere decir que tal circunstancia por si sola invalide la obra. Por otro lado hay producciones literarias del período muy interesantes, que no tienen ningún vínculo directo con lo político, aunque en algunas muy importantes existen modos de tratar temas que obtienen formas expresivas acordes con lo que se narra y que son de tema político (Walsh, Gelman, etc.)

Estos textos requieren para ser verdaderamente criticados ubicarlos en un sistema literario que les otorgue la cualidad de ser componentes de un discurso articulado, que de hecho es una lectura política organizacional de nuestras letras. Literatura, crisis y realidad política tienen que interactuar para permitir la reflexión. Corresponde decir, en todos los casos, politización, transgresión, experiencia y lenguaje. Estamos hablando de textos excluidos, que con dificultad son incorporados a la secuencia literaria porque de variadas formas se termina por ocultarlos en su real significación.

Todo ocurre como si la memoria que se tiene de estos textos tuviera que ser escondida, o cifrada para se hagan legibles. Sin embargo, a pesar de que algunos son desconocidos o "sepultados", esos textos están allí, como si se tratara de versiones para ser pensadas (no son oportunas para leer ni fácilmente asimilables). Forman parte de un espacio donde hay inseguridades y aciertos.

El conjunto de nuestra literatura consiste en una respuesta ante la crisis constante del país, lo que ocurre en los 60/70 es que se produce una quiebra que hace que las contradicciones de esa crisis emerjan con crudeza. Hay como una perplejidad social, que no permite que se trate y analice adecuadamente el período; lo que llega de él hasta nosotros es una mistificación que intenta que la apreciación exacta de esos textos excluidos desaparezca de nuestro horizonte.

Este ocultamiento sin embargo no consigue transformarse en integración, porque la contundencia de los temas de la literatura de los 60/ 70 hace que eso no sea posible. Están todos estos textos fuera de control, politizados, crípticos o transparentes, relatan de alguna forma algo así como una contrahistoria. Son tan historizados que sólo tienen sentido en esa exageración que los caracteriza y que a veces suena ingenua y muy extrema. Pero es indudable que si queremos comprender nuestra circunstancia actual, es preciso leerlos en una lectura narrativa, que busque explicarlos, para que nos sirvan como elementos del debate.

Para formular hipótesis acerca del valor y el aporte de los 60/70, hay que señalar con claridad desde qué perspectiva se están planteando los juicios, porque siempre se parte de lecturas interesadas, y la cercanía en el tiempo únicamente aumenta el riesgo de tergiversación. Repetir supuestos como si fueran verdades, no es más que decir de manera diferente criterios ya establecidos y que tienen su historia. Se precisa además realizar un ejercicio "literario" que no es espontáneo, más bien se deja ver como el resultado de un esfuerzo interpretativo que significa riesgo. A veces surge bajo la forma de ensayo y otras de ficción, aunque los géneros deban ser diluidos para tratar esa época.

Ese tipo de literatura hacía depender el estilo o de formas cerradas –difíciles de comunicar– o de referencias directas. El vínculo con lo estético estaba en el seno de las preocupaciones. Había que recubrir con palabras todas esas características que buscaban expresarse en nuevos sentidos. No implicaba esto, como algunas obras lo muestran claramente, que se evitaran ciertos modos de mirarse en lo político, sino que los cruces y las búsquedas mixtas (lenguaje/política) eran posibles y deseables, o por lo menos inevitables.

La crisis era de índole cultural, en el sentido que se ponían en entredicho los valores que habían construido al país. El proyecto liberal se cuestionaba porque su base era haber escondido otra Argentina subterránea y auténtica. La crisis se expresaba, como dijimos, en una dificultad económica muy acuciante, esto tenía reflejos en la vida cotidiana, que anunciaba el carácter de la crisis que era de la naturaleza de los protagonistas de la lucha social. La emergencia de nuevas significaciones se concebía en relación a determinados legados, se la hacía depender de vínculos históricos originales. Había que retomar líneas, poniendo en práctica tradiciones que se habían sojuzgado.

Había íntimas convicciones, en el sentido de que la historia estaba del lado de las alternativas de cambio y por lo tanto se trataba de dar empuje a esos elementos que estaban en lo real. El hecho de que se estaba incubando una guerra civil era apuntado como una certeza que tenía hitos determinados en el pasado histórico. La atmósfera social anunciaba transformaciones, aunque la recomposición del capitalismo fue el verdadero desenlace que no estaba previsto.

En la época se creía que se estaban gestando cambios profundos en el modo de vivir de la gente, y esto se dio en las costumbres, pero las propuestas de cambio político resultaron efímeras, esto coincidió con un momento de reacción dictatorial y la consiguiente respuesta popular. El contraste entre ambas situaciones y la aparente decadencia del autoritarismo, muestra que nos encontrábamos en los límites de una transición histórica que, como sabemos, tuvo un determinado final, pero podía haber tenido otro distinto. La ingenuidad se pagó cara.

Dos líneas pujaban en todos los espacios, esa era una de las maneras como se develaba la crisis, y en esa coexistencia de elementos opuestos, en verdad se enfrentaban dos concepciones diferenciadas, la lucha se desarrollaba en el terreno de la cultura. Por otra parte la elite liberal había configurado su propia lista de manifestaciones culturales de todo orden, inclusive utilizando alguna literatura "representativa", en una maniobra de adulteración. La cuestión cultural era la base para comenzar la discusión acerca de la pertenencia de cada cosa en juego, para ello se leían las alternativas que se presentaban, siempre bipolares en su esencia.

Esa bifurcación, se había ido construyendo mediante obras y acciones sedimentadas a lo largo del tiempo. Del lado de lo representativo se iba desde luchas históricas, pasando por los gobiernos populares, el Martín Fierro, el sainete, el tango, etc. Se enfrentaban dos concepciones de entender a la cultura, y se explica esta situación por el punto del cual se partía: una modernidad diferida, que se condensaba en ese tiempo inaugural y acelerado. Que los fundamentos acerca de lo "popular" fueran provisionales está indicando que se argumentaba sobre ello, a veces con decisiones muy apresuradas y que hubo que tomar sobre la marcha.

No puede decirse entonces que la aparición de esa crisis, haya sido nada más que el surgir de un breve período anárquico, rápidamente extinguido, porque él enraíza en una tradición de ruptura que cristaliza en esos años pero que no tiene explicación en sí mismo y, por el contrario, es producto de una multiplicidad de causas (internas y externas) que son las que están en la base de su surgimiento. La crisis es expresión de profundos desequilibrios y carencias de índole económica, que sufren los sectores populares, combinándose con proscripciones políticas que hacen más evidente el sentido de la dominación, lo que produce un clima constante de inestabilidad sobre todo política.

Una generación, que comprende un gran arco de experiencias y que el marco histórico condiciona, da sus "primeros pasos", en una lucha frontal contra regímenes dictatoriales (que eran constantes en la época) interrumpidos esporádicamente por "democracias" no representativas. La lectura de la crisis era para unos la justificación de la revolución, para otros un camino para nacionalizarse, en el sentido de transformar intentando un cambio de la realidad.

La "politización de la cultura" y de la literatura era inevitable, y esto impregnó la vida cotidiana de mucha gente: los militantes y todo su entorno y contexto. No corresponde, o por lo menos es muy parcial, tratar de entender todo ese trayecto pensando solamente en los intelectuales, hay que hacerla con una visión más amplia. Era una instancia generacional, que se caracterizaba por tener una visión particular de los hechos políticos  que fueron leídos a partir de algunas certezas, que iban luego a ser criterios que marcarían a los jóvenes que se acercaban a la política con una actitud contestataria. Los rasgos salientes eran: una voluntad de justicia intransigente, una confianza irreductible en el camino revolucionario, la sensación de rebeldía y de poder que emanaba de las propias convicciones, la ingenuidad de creer que el enemigo estaba en retirada, cierto esquematismo en las interpretaciones, simplificación en el análisis de la situación.

Se trataba de un fenómeno social, que pudo elitizarse en algunos aspectos, pero que por definición era masivo y comprendió a diversos sectores aunque tuvo manifestaciones más ostensibles en un cierto tipo de condiciones representadas en un fragmento numeroso de la clase media. Por eso arrastró a propios y ajenos, definió conductas, y en el lapso de tiempo en el que ser militante constituía un valor destacable, estuvo ligado con el heroísmo, la valentía, ciertas tragedias personales, y la irresponsabilidad de tener una actitud idealista. El fenómeno estuvo signado por la ruptura, la negación y la aventura, como si así se abriese el espacio para que el arrojo fuera un elemento de la vida cotidiana. Se pensaba en las recompensas, pero ellas tenían que ver con un conjunto, una clase y no con un beneficio particular (lo que en parte era impensable como opción) que formaba parte de la política burguesa.

Es claro que todo esto se mezclaba con la picaresca, lo que era razonable tratándose de situaciones reales y por lo tanto inconfundiblemente idiosincráticas y políticas, y aunque al final ese ingrediente cobró más importancia que lo debido, el problema de lo contestatario se instalaba en un país con una historia que determinaba y configuraba una apuesta o posibilidad, que podía terminar en el triunfo o la derrota. Es verdad que las circunstancias políticas por las que atravesaba el país eran vertiginosas, había que explicar el cambio que se produjo en los sectores opositores al régimen dictatorial –en el sentido en que se radical izaron las posiciones para entender los hechos que se sucedieron. Esto seguramente tiene que ver con la afirmación de un imaginario, que se fue construyendo sutilmente a medida que el enfrentamiento con la dictadura militar de turno era más agudo. Evidentemente el peronismo aparecía como la contraimagen del sistema político y económico.

También significaba, si lo queremos leer tomando en cuenta el fenómeno de la crisis, como la emergencia generacional de aquellos que se incorporaban a la política, promoviendo una ruptura con la visión tradicional de los partidos demoliberales, incluyendo al peronismo.

El descreimiento en la política, significaba que se la encaraba bajo una nueva óptica, que entendía el ejercicio de su práctica fuera de los marcos de lo que era común. Confluían sectores nuevos, en una estructura que parecía permeable. Lo que verdaderamente ocurría es que los grupos se fundían en una identidad, en la que la convergencia y el eclecticismo político, explican el destino de muchos núcleos organizados. Estos grupos perdían abruptamente su anterior procedencia, para pasar a explicitar un discurso que era del anterior. Este pasaje, como dijimos era muy veloz, e hizo que los conflictos tomaran un cariz particular.

Es que la nacionalización de las clases medias, como se decía entonces, justamente se procesaba en esos años y esto exigía que se leyeran de diferente manera cuestiones, problemas y fenómenos que hasta allí habían tenido una determinada interpretación y que, con la "nacionalización" se reformulaban. Pero este cambio de enfoque no se realizó sin que existieran tensiones y dificultades, que provenían de esas conversiones tan rápidas que se sucedían, y que seguramente venían incubándose en las discusiones que se dieron, cuando en el 55 el peronismo fue desalojado del poder, hecho que, como sabemos, dividió aún más a la sociedad argentina.

Si la postura "anti", había sido la característica predominante en amplios sectores de las capas medias, la nueva actitud, sobre todo de los jóvenes, traía una imagen distinta respecto al peronismo. El acercamiento de ellos a ese movimiento político, venía envuelto en una mitificación que no permitía juzgarlo adecuadamente y se efectuaba la operación de rescate, en un marco de crispación socio-política, de la cual la crisis era la manifestación de los conflictos aún no resueltos. Desde la literatura, la contundencia de las narraciones y poéticas, era una constante; ello indudablemente se correspondía con una concepción crítica y politizada de la realidad, que era percibida como un desafío necesario de desentrañar.

La crisis, como decíamos, tenía relación con muchas significaciones sociales, que estaban en estado latente y que parecía que sólo era necesario detectarlas para que se mostraran plenamente. La emergencia de esas circunstancias provocaba situaciones impensables como si una lógica muy particular guiara muchas de las conductas de ese tiempo, lo que hacía que las acciones fueran por un lado previsibles y por el otro poco meditadas.  

Para la literatura la crisis era la oportunidad de que fueran saliendo a la luz nuevos nombres y planteas, sobre todo algunos escritores se transformaron en precursores, cuya obra se redescubría y por la importancia de su trabajo literario, eran verdaderos emblemas que la época colocaba en un primer plano. Traían los precursores, una cierta imagen "antioficial", "no académica", que coincidía con el imaginario del período, ya que los intelectuales de los 60/70 buscaban poseer estas mismas cualidades.

"En su origen, Crisis significaba decisión en el momento decisivo, en la evolución de un proceso incierto, que permite el diagnóstico", afirma Morin, para terminar diciendo: "Es el momento en el que junto con una perturbación, surgen las incertidumbres" 5. Si relacionamos esto último con la literatura podemos reflexionar que la indecisión que ronda la posición crítica exige un trabajo riguroso con el lenguaje. Los precursores anduvieron por esos límites: o por medio de la exasperación expresiva, la quiebra constante, transformando la literatura en la búsqueda de lo grotesco y las distorsiones más audaces como en Arlt, o mediante el pensamiento también disruptor de Macedonio, que utiliza lo especulativo para concebir el espacio literario como algo semejante a la alucinación (Macedonio realiza su obra con un humor que se va estructurando en ficciones y negaciones que en un juego de espejos, de entradas y salidas, inaugura lo que está por venir),o convirtiendo a la literatura, como en Juan L. Ortiz, en un universo de múltiples significaciones, envueltas en un clima donde todo se mueve en equilibrio de elementos que se complementan entre sí. O como en el caso de Girando, que entiende la Literatura desestructurándose en un experimento continuo, donde el mundo estalla en fragmentos y la violencia de la dispersión necesita ser capturada en imágenes que surgen de esa exuberancia.

En todas esas escrituras, de diversas maneras, el concepto de crisis está implícito. Ellas se ubican en el umbral que habla a la vez que la literatura se va desmembrando, como si se estuviera asistiendo a un desmontaje de sentidos y se atisbara una nueva estructuración bajo los signos del replanteo de la idea de literatura. Se coloca entre paréntesis no sólo la delimitación de los géneros (en el sentido de los márgenes existentes entre lo que es literario, lo que no lo es, la contaminación y filtración de los diversos órdenes en juego), sino también la exterioridad de un discurso realista, porque la insuficiencia de ese criterio, irá añadiendo nombres a toda esa masa de nuevos sentidos que están por nacer.

La incertidumbre proviene de una paulatina asunción de la moralidad, la literatura vista no como rodeo esteticista, porque lo que ocurre es que el contexto de crisis social, produce relecturas estéticas y por lo tanto nuevas aproximaciones a problemas constantes. Un rasgo característico es la idea de que la literatura es un ejercicio antisublime que poco tiene que ver con una actividad que se destaca por su lugar central y prestigioso, por el contrario se trata de una tarea de índole crítica, que ve en la investigación la manera de probarse en la obtención expresiva de zonas inéditas. Si el humor aparece bajo las formas de lo que cambia de lugar como en Macedonia, o está al servicio de un clima, por medio del absurdo como mediación, como en Arlt –por lo que a veces no es ni siquiera humor– se registra en la burla que todo lo corroe.

De acuerdo con los tiempos crisis, la literatura de los 60/70, bus encontrar ese tono que particulan sus poemas y narraciones, que es van motivados por la pasión y por una relectura de la Literatura Argentina.


Notas

1. Juan Corradi, citado por Kathleen Neman: "La violencia del discurso", en Estado autoritario y la novela política argentina, Catálogos, Buenos Aires.
2. Silvia Sigal, Intelectuales y poder en década del '60, Puntosur, Buenos Aires, 1991.
3. César Fernández Moreno, "¿Poetizar o politizar?", en ¿Poetizar o politizar? Literatura y política, Losada, Buenos Aires, 1973.
4. Serge Doubrovsky, "Crítica y existencia", en Los caminos actuales de la crítica, (dirigido por Georges Poulet), Planeta, 1967.
5. Edgard Morin, "Para una Crisiología en El concepto de crisis”, Megápolis, Buenos Aires, 1979.


Publicado inicialmente en el n° 17 de la revista EL OJO MOCHO, verano 2003.