domingo, 22 de septiembre de 2013

ROBERTO RASCHELLA




por Jorge Quiroga




¿La poesía viene de la desesperación, de lo negro, de la tensión, en suma de la memoria? Hay aquí imágenes que se van acumulando barrocamente, y que no saben de piedad, hablan de los muertos irreales, de lo que se destruye, como el mundo de la niñez vacía. Entonces encontramos la presencia inagotable del mar.

Es un mundo suspendido del cual es necesario huir porque está desgarrado por la angustia, pero a su vez construye un idioma que Raschella se atreve a desentrañar, y que lo pone junto a lo querido más hondamente, a lo que es el propio origen, donde se tiene que ir a buscar el conocimiento y el sentido.

Es que la soledad lo lleva a la agonía del vínculo, tomando la posibilidad de ese hermoso y horrible sueño y allí se renace. La imagen de un tiempo original está presente en los muertos, donde no se oye otra cosa que un canto, furiosamente desvelado, casi un grito, en el que el sufrimiento da la medida de las cosas en un pasado mítico. Sin embargo la muerte por soledad, en el canto profético y escondido, surge en la poesía y en el anunciar, para llenar de luz alba las cosas del mundo.

La presencia de lo familiar está en el fundamento de esta poética, como una necesidad de decir de dónde se viene y dónde se va, como preanunciando que el entramado de sus figuras despliegan un fondo que arranca desde muy lejos.

Aquello que justifica la maldición es la gracia y a la vez la desventura de lo vivo, que se reproduce intensamente en el hundimiento más abismal. "No es un canto homogéneo, sino seccionado, dramatizado, de estados contra estados, gérmenes de tragedia y resurrección" dice en un poema, como si estuviera diciendo que la poesía presenta un espacio donde los golpes, la vocación, consiste en alcanzar una soledad auténtica, donde hay un cruel y piadoso enfrentamiento con el mundo y las cosas que la evocan.

La muerte es un motivo que aparece reiteradamente, en esa extensión del recuerdo más íntimo y el abismo más profundo. La memoria es el recurso que Roberto Raschella utiliza en sus libros de poemas, y en su novela, como un modo de dirigirse al núcleo esencial, donde el transcurso se vuelve una lenta ternura y un camino interior.

"La memoria posee toda la muerte", y es un diálogo sostenido que se abre como desenterrando del silencio los caudalosos aromas de lo vivido piadosamente desencadenado, como fuerzas que recubren el canto hasta revelar la forma que se padece.

"¿Es que siempre los hombres fueron la sombra de un inacabado sueño?", piensa Raschella en clave interrogativa, o tal vez la misma intensidad se cumple de múltiples modos, sin que podamos hacer otra cosa que intentar descubrir en nuestra travesía los espacios que inaugura la memoria.

¿Quiénes son aquellos que descienden a los laberintos de los orígenes y a la debilidad de la noche? Son rostros hermanos, la figura del padre y de la madre que están inacabadas, que tienen que reconstruirse, en el movimiento interminable de la escritura.

La razón de la delicadeza de esos seres que deambulan por los territorios de lo más interior, tiene que ver con la muerte que hace que seamos otros, y a la vez recuperados por la nueva vida que continúa, en los que reproducen el eterno retorno a la patria central.

Porque el recuerdo de los años cercanos también opera en Raschella, como el impulso de la evocación. Allí el tiempo es un lento ensimismarse en un pasado que nos conmueve.

Son misterios que rondan la soledad de los seres y que forman estremecimientos, dolor, herencias, regresos, constelaciones de sentido, que van contando una historia primordial. Son mitos personales, que buscan la ambigüedad de lo poético, para manifestar su carga de claridad.

La niñez es un espacio de ensoñación y de riesgo, de luz y de furor memorioso que cubre los sentimientos con el halo de un nuevo nacimiento. El exterminio es el paso atormentado, donde están instaladas las búsquedas de las significaciones, que no impiden el sentimiento que tenemos de la derrota y la muerte, ellas están entrelazadas en todos los actos. 




Publicado inicialmente en el n° 11 de la revista EL OJO MOCHO, primavera de 1997.